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Mostrando entradas de 2020

Mamá se fue

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Aquella mañana tibia de otoño que amaneció con sol tímido, siempre la recordaría no solo por la bulla que los vecinos hicieron cuando aún era oscuro, sino también porque le ganamos al gallo dormilón, como acostumbraba decir mi padre cuando se levantaba temprano. Mi madre llevaba varios días echada en cama, casi no hablaba. Junto a ella estaba doña Hermelinda, una mujer muy acomedida y caritativa que se encargaba de que no me faltara nada y estaba siempre atenta a lo que yo hacía. También lo era con mamá y solícita le alcanzaba pócimas y menjunjes junto con sus alimentos. A pesar de que hablaban en voz baja, las vecinas que ayudaban a mi madre alcanzándole agua caliente, toallas o preparados olorientos, no pude evitar entender que mi madre estaba muy mal. Me acerqué a verla como lo hacía siempre y esta vez no cogió mi mano. Respiraba con dificultad, jadeando. A Oswaldo mi hermano mayor y a mí, nos sirvieron un jarro de mazamorra caliente y un pan, Miguel mi hermano menor no desper

Merecido castigo

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Por la tarde deberíamos de ir a traer camotes y hojas de maíz para los animales. La tía nos pidió que cortáramos unas cuantas “cañas dulces” en el camino, “de preferencia las que son negras y gruesas”, nos dijo. Partimos después de almorzar, José nuestro primo insistió en acompañarnos, su mamá aceptó.   Traía José un frasco de vidrio en las manos, no sabíamos que intenciones tenía y tampoco le preguntamos, intuíamos tal vez que nada bueno nos esperaba. Camino a la chacra, el arenal era grande y en él vivían varios bichos entre los que siempre veíamos algunos alacranes pequeños que nosotros los aplastábamos intencionalmente a nuestro paso.   A nuestro primo se le había ocurrido ir juntándolos uno por uno. Molestaba al alacrán con un palito y cuando éste atacaba, procuraba que clavara su aguijón en la madera, de inmediato destapaba el frasco y lo sacudía dentro. Cuando el bicho se daba cuenta ya estaba prisionero junto con otros sujetos de su misma especie luchando contra la pared de

La Navidad de los huérfanos.

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Eran los primeros días del mes de diciembre y en uno de los desayunos dominicales el tío Bernabé, inició su monólogo. - En estos días se celebra el nacimiento de un hombre que viviendo poco en este mundo se le recuerda por sus palabras, porque nunca hizo nada – comenzó diciendo. Sus palabras fueron cortadas por la tía Lucrecia. Era la primera vez que escuchaba que interrumpían su “análisis de la vida”, como acostumbraba llamar a sus pequeñas conferencias. - Mira Bernabé - dijo la tía soltando la taza que tenía en la mano -. Esto no es cuestión que tú quieras creer o no, las cosas simplemente son así y no quiero que influyas en los chicos con tus ideas ateas, en tu sindicato puedes exponer tus pláticas como quieras, pero acá, ten cuidado – sentenció. Noté que el tío perdía color en el rostro, mientras que la cara de la tía se ponía morada por la fuerza que ponía a sus palabras. - Te guste o no, el nacimiento se armará una vez más en la sala para adorar al niño Manuelito, la Na

Pequeña aventura

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Tenía ocho años de edad y mi mente infantil nunca imaginó poder tener la oportunidad de viajar con mi tío al que de cuando en cuando veía y admiraba. Era mi héroe, y cada vez que llegaba de viaje, lo escuchaba contar historias de lo que le ocurría en sus travesías. Imaginaba que tenía súper poderes y se enfrentaba a toda clase de obstáculos de los que siempre salía vencedor, para luego en un acto benevolente regresar a visitarnos sano y salvo cargado de triunfos, victorias y más historias. Ahora yo tendría la oportunidad de ir con él, acompañarlo en uno de esos maravillosos viajes y juntos iríamos tras aquellos terribles monstruos que siempre lo escuchaba contar en la casa de la abuela, o por lo menos era lo que yo imaginaba con sus relatos de ruta. Creía conocer el camino, lo había imaginado tantas veces que cada tramo de la carretera comenzó a hacerse conocido para mí, recordaba cada accidente o curva peligrosa que comenzamos a recorrer. Viajaba con mi cara pegado al parabrisas s

Felipa del Pino

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  Felipa del Pino era una mujer delgada, alta, blanca, de cabellos rubios entrecanos. Vivía sola desde hacía buen tiempo. El marido y sus dos hijos un buen día partieron del pueblo y nunca más se los volvió a ver. Se decía, que luego de estar en el pueblo y realizar algunos buenos negocios se alejó dejando a su mujer, quien obstinada se quedó perseverando en los sueños que les trajo a estas tierras ajenas para ellos. Luego de varios años de soledad y algunos malos manejos financieros de a pocos fue perdiendo la cordura. De ser propietaria de varios terrenos y una pequeña parcela ganadera de pronto se quedó sin nada. Ahora vivía en las afueras del pueblo en una covacha a la vera de un camino solitario y se alimentaba de la caridad de sus vecinos sin querer aceptar su condición indigente. No perdía la costumbre de recorrer las calles polvorientas en algunas épocas y en otras como en ésta, llenas de charcos por las lluvias. Lo hacía cubierta con un abrigo largo y sucio, debajo del cual so

Inexplicable pero cierto

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Era víspera de navidad, me encontraba en Tingo María a tres horas de viaje de Huánuco. Mi intención era llegar a ver a mis hijos en esta festividad y para ello tenía a la mano un paquete con algunos presentes para ellos. Me había retrasado mucho más tiempo del que había previsto y dispuesto a llegar a mi destino me enrumbé a la salida de la ciudad donde desde un puesto de control la policía efectuaba un chequeo a los vehículos que por ahí pasaban. Desde las siete de la noche esperaba con paciencia que algún vehículo me ayudara a cumplir mi cometido, sin embargo, transcurridas dos horas aún no aparecía quien pudiera hacerlo. El policía al ver que no tenía mayor labor que realizar se despidió desde su caseta de control y me dejó solo. Cuando estaba por desistir de realizar el viaje apareció una camioneta tipo picap color negro, cuya zona de carga traía cubierta por una lona muy bien acondicionada. Un joven conductor se ofreció voluntariamente a conducirme hasta Huánuco antes que yo se

Mal amigo

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Por todo el pueblo corrió la noticia que unos chicos se habían peleado después de la fiesta del club naranja, que era como los conocían por el color de sus camisetas. En el banco se comentó entre dientes procurando que el gerente no se entere, él tenía muchos asuntos que resolver con los funcionarios que estaban en la ciudad y no de visita precisamente. La auditoría, aunque de rutina, precisaba toda la atención de la administración de la institución. Ernesto Zuker, llamó airadamente la atención a una de sus secretarias cuando ésta trató de comentarle el día lunes a primera hora lo que había escuchado. – El banco a usted le paga para trabajar, no para andar con chismes – fue el argumento tajante del gerente, sumergiéndose entre una ruma de papeles llenos de números que tenía delante. A unas cuadras antes de llegar al colegio, Carlos Zuker fue interceptado por La Muralla, quien le imploraba le perdone por abandonarlo a la salida de la fiesta. – Yo pensé que tú también correrías – d

Después de la fiesta

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Amaneció Carlos Zuker echado sobre su cama, con la ropa que llevó puesta en la fiesta de la noche anterior. Lo primero que sintió fue que la cabeza le iba a estallar, luego el más mínimo movimiento le causó dolor intenso en todo el cuerpo. Intentó recordar que había pasado en las últimas horas y no lograba entender nada. Una inusitada alegría le causó saber que estaba en casa. El silencio reinante no le gustaba, intentó llamar a su mamá, pero de su garganta no salió sonido alguno, solo dolor. Intento seguir durmiendo, pero no podía. Comenzó a sentir pánico, más aún cuando intentó levantarse y el dolor lo impidió. El costado derecho de su pecho estaba hinchado, fue entonces que comenzó a llorar en silencio para que sus padres no le escucharan.   ¿Qué les diría? le martirizaba pensar. Lloró bastante y se quedó dormido hasta que su madre se acercó para invitarlo a almorzar. Vio el reloj de su brazo, eran las tres de la tarde, con dificultad se levantó y caminó al baño. Él sabía que su mad

¡Jóvenes ya!

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  - ¡Jóvenes ya!, por favor salgan. El vigilante de la puerta del colegio, nos instaba a volver a nuestras casas. - Disfruten el descanso - repetía a cada uno de mis compañeros que se negaban a terminar de salir a la calle. Conversábamos con alegría, todos arremolinados, cogidos de la mano y alegres por los días de descanso que nos otorgaban comenzando el año escolar. Nada hacia presagiar lo que vendría después. Recuerdo que fui la ultima en salir del colegio y el vigilante no pudo evitar mencionar mi nombre. - Gabriela, voy a cerrar la puerta – dijo con gracia a la vez que miraba su reloj. Teníamos quince días para ordenar ideas sobre nuestro futuro en nuestro año pre promoción, teníamos un espacio adicional para hacer mil proyectos que revoloteaban en nuestras cabezas, claro que ninguna de ellas estaba vinculadas a cl ases. Este año tenia que ser genial, la mayoría de nosotras cumplía 15 años, nos esperaba mucha diversión e infinidad de horas para programar momentos alegres

Cuento de 100 palabras

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Un cúmulo de basura a mitad de la calle escondía tras de si una ingrata sorpresa. Había sucumbido como lo hacen muchos absurdamente. Ignotos motivos desencadenaron el desenlace no deseado. Yacía solo, frío, con la mirada perdida, tal como viniste al mundo. También fuiste joven y la vida te sonrió, ahora nadie sabe tu nombre. No hay forma de identificarte y si la hubiera, a nadie le interesa. No formarás parte de ninguna estadística. Tu final es triste, quien sabe como lo fue tu vida. Alguna vez alguien te quiso y te llamó ¿Black?, ¿Sam?, ¿Terry? Ahora ya no importa.