Mal amigo


Por todo el pueblo corrió la noticia que unos chicos se habían peleado después de la fiesta del club naranja, que era como los conocían por el color de sus camisetas. En el banco se comentó entre dientes procurando que el gerente no se entere, él tenía muchos asuntos que resolver con los funcionarios que estaban en la ciudad y no de visita precisamente. La auditoría, aunque de rutina, precisaba toda la atención de la administración de la institución. Ernesto Zuker, llamó airadamente la atención a una de sus secretarias cuando ésta trató de comentarle el día lunes a primera hora lo que había escuchado.

– El banco a usted le paga para trabajar, no para andar con chismes – fue el argumento tajante del gerente, sumergiéndose entre una ruma de papeles llenos de números que tenía delante.

A unas cuadras antes de llegar al colegio, Carlos Zuker fue interceptado por La Muralla, quien le imploraba le perdone por abandonarlo a la salida de la fiesta.

– Yo pensé que tú también correrías – dijo, justificándose por algo que Carlos Zuker no terminaba por entender.

– Espera, espera, espera. ¿Por qué corriste tú? –  Preguntó Carlos Zuker.

– Pero, pero – tartamudeó La Muralla – eran un montón y estaban borrachos – alegó.

– ¿Así dices ser mi amigo?, crees que es correcto abandonar a quien te aprecia, te estima, te acompaña en tus momentos difíciles, a quien te invita a fiestas que jamás te invitarían, quien te presenta las mejores hembritas. ¡No! no, esto no está bien, esto no va a quedar así nomás. Vas a tener que reivindicarte Muralla. Tu comportamiento amerita que me demuestres si realmente eres mi amigo. No te preocupes, por ahora lo dejamos ahí, anda tranquilo. Yo te aviso cuando te necesite, ¡mal amigo! – Le espetó Carlos Zuker.

El salón de clases fue un revuelo cuando llegó Carlos Zuker. Primero se escucharon aplausos, luego vítores que repetían su nombre. Un pequeño grupo soltó improperios y llamó locos y cojudos a los que aplaudían. La llegada del profesor Zavaleta que enseñaba matemáticas calmó los ánimos. Se paró en la puerta miró a todo el salón y preguntó por el dueño del santo, todos soltaron una carcajada. Ordenó que se callen y con tiza en mano comenzó a escribir en la pizarra. Desde allí dijo:

– Hoy vamos a recordar lo que son las ecuaciones inconsistentes –  algunos murmullos continuaron, el profesor volteó sin decir nada y todos callaron.

Durante el recreo Carlos Zuker no vio a Miguel Moreno, su mejor amigo, por ningún lado. Al no encontrarlo buscó a La Muralla, quien le dijo que su primo se sentía mal y no había venido a clases después de la…

– ¿De la qué? – Preguntó Carlos Zuker queriendo ordenar sus recuerdos.

– De la pelea, pe – Dijo, atolondrado y miedoso La Muralla.

– ¿No has ido a verlo? – insistió Carlos Zuker. – ¿No has ido a verlo tú que eres su primo?, tú eres de lo peor Muralla, eres de lo peor – recalcó.

Avergonzado agachó la cabeza, mientras dos muchachos compañeros del salón se acercaron preguntando por lo ocurrido. Carlos Zuker, con un ligero ademán ordenó a La Muralla que diera detalles, pretendiendo que nadie se enterase que él no recordaba nada y a la vez queriendo saber qué es lo que había pasado.

Saliendo del colegio por la tarde se le acercó a Carlos Zuker, un chico que cursaba el primer año quien le dijo que traía un encargo de Melitón Cartagena. La Muralla que estaba cerca, lo levantó en vilo y preguntó por el encargo.

– Dice, dice que lo que paso, solo… solo es el comienzo – tartamudeó el chico.

– ¿Qué más? –  exigía La Muralla. El chico lleno de pánico, se puso a llorar. Carlos Zuker ordenó que se vaya. El chico salió corriendo.

La tarde era calurosa, refrescada por una ligera brisa y los últimos charcos dejados por las lluvias de los días anteriores que se estaban secando. El mensaje recibido preocupó a Carlos Zuker, La Muralla lo acompañó hasta su casa. El dolor del pecho era intenso, pensó en las últimas pastillas de su madre que quedaban en el botiquín del baño de su casa. Pero este dolor no era el único, más le dolía haber sido humillado, golpeado y apaleado según el testimonio de La Muralla. Lo peor era talvez no recordar nada. Gruño, apretó los puños y lanzó una patada al vacío.

Al llegar a casa encontró a Mavel Rengifo, conversando con su madre. Intentó retroceder en el umbral de la puerta, pero su mamá cariñosa como siempre lo invitó a pasar.

– Mavelita vino a visitarnos, preocupada por tu salud – dijo Esmeralda Meléndez – le estuve contando que te dolía el cuerpo luego del partido del sábado, pero que ya estas mejor, ahí les dejo para que le des más detalles –  dijo la madre, alegando tener la cocina prendida.

Los dos se miraron a los ojos, estuvieron callados un buen rato. Mavel Rengifo recordaba el último encuentro que tuvieron, se sentía dolida, pero el amor que sentía por Carlos Zuker era mayor y estaba dispuesta a perdonarlo, para eso lo había buscado. Mientras tanto él, en realidad no sabía que decir, seguía parado en la puerta. Brotaron de sus ojos unas lágrimas que conmovieron a Mavel Rengifo, quien se olvidó de todo y lo abrazó con fuerza pegando su rostro sobre su pecho. No hubo preguntas, se sintió aliviado, no tendría que inventar respuestas.

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