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Solo ellas supieron

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Habiendo partido de Huaral, por un camino carretero ascendente y accidentado lleno de curvas y precipicios, estaban por llegar al pueblo de San Pedro de Carac. El verdor de las chacras colindantes contrastaba con el color de los cerros que se mostraban áridos. Sobre el camión un tanto destartalado, unas veinte personas gritaban alegres al saberse cerca del terruño. Todos jóvenes y entusiastas, volvían para la fiesta en honor a San Pedro, patrón del pueblo. Ni siquiera la incomodidad del viaje, arruinaba el gozo que expresaban. Paty era la única extraña del grupo, viajaba junto a Vilma su entrañable amiga, compañera de clases y de alguna que otra fiestecilla cada fin de ciclo. La emoción les embargaba, muchos de ellos volvían a Carac luego de algunos años y la fiesta era prometedora. Habría corrida de toros, procesión, buena comida, abundante bebida y baile. Las celebraciones estaban programadas para desarrollarse en cuatro largos días. En cada curva, el conductor reducía la ve

Josha

Los días parecían todos iguales para Josha. Trabajaba todos los días con el mismo ahínco y sumisión, desde la primera vez que llegó a casa de la familia Martell. Era chofer de la señora, de los niños y del negocio. Además, hacia los mandados del señor Martell y se quedaba al mando del negocio cuando este tenía que ausentarse para ver algún cliente. Parte del trabajo era acompañar a los clientes del señor Martell, cuando estos tenían que ser trasladados a otras ciudades cercanas. No importaba la hora, siempre estaba a disposición, sea mañana, tarde o noche. Josha era alto, delgado y desgarbado, su caminar simulaba una marcha. Sentado al volante, con la espalda recta, las manos firmes y parejas, la vista fija hacia adelante, optaba por una pose estática, ceremonial. Pocas veces sonreía, su rostro adusto y melancólico iba a tono con los menesteres que se la encargaba. El negocio de la familia Martell promocionaba atención esmerada y personalizada las 24 horas del día, con un cartel

“El Charco”

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Después de varios días de lenta caminata, luego de nuestra violenta y apresurada huida de la ciudad, atravesando varios pequeños humedales, llegamos a un hermoso lugar, lleno de vegetación y con una extensa laguna en la que revoloteaban miles de aves. Mi padre nos dijo que a este lugar lo llamaban “El Charco”, y señaló que este sería nuestro campamento por algunos días. Buscó el lugar más seguro al pie de unos arbustos que nos daban sombra y a la que llegaba una fresca brisa marina y un agradable olor a hierbas, mientras nuestros ojos se deleitaban con el revolotear de aves que no temían nuestra presencia. Llegamos al promediar el medio día, el cielo estaba ligeramente nublado, por lo que el clima era agradable, no sentíamos frio ni calor. Mi hermano mayor con la indiferencia que lo caracterizaba, se alejó del grupo para observar quien sabe que, dejando la tarea de instalarnos, a la tía Josefa. Mi padre de inmediato comenzó a husmear por el lugar, lo vi trepar algunas ramas otean