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Mostrando entradas de septiembre, 2009

Malabrigo

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Mi padre se quedó con nosotros, dos días. Recorrimos el pueblecito y descubrimos muchas cosas lindas, o por lo menos nos parecieron así, al estar juntos con él. Detrás de la casa, la tía tenía un corral en el que criaba un enorme cerdo y otros animales como gallinas, patos y dos cabritos, uno de los cuales fue servido en el almuerzo al día siguiente de nuestra llegada. Detrás del corral a pocos metros pasaban los rieles del tren. Un tren que llegaba todos los días muy temprano, en un horario fijo la primera vez, para luego volver a pasar por la tarde dependiendo de la velocidad con que se realizase la faena del primer viaje. Los tres hermanos acompañados de mi padre, después del desayuno fuimos a caminar por los rieles y estos nos condujeron hasta un muelle, donde muchos hombres con el torso desnudo llevaban bultos en los hombros, mientras que otros empujaban un vagón repleto de costales, todos del mismo tamaño y color. Parecía un hormiguero, los obreros iban y venían al mismo tiemp

La casa de la tía.

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Los últimos rayos del sol luchaban desesperadamente por no ser tragados en el mar. El cielo limpio y despejado, contrastaba con el ambiente que sentí dentro del camión donde viajábamos. Al despertarme noté que el viaje ya llevaba varias horas, un sopor muy fuerte me hacía transpirar abundantemente. Miguelito seguía durmiendo en los brazos de la tía Lucrecia, yo me había quedado dormido sentado, entre la tía y otra señora que viajaba con nosotros. El que manejaba era un señor que lo vi el día que llegó mi papá. Reía constantemente y mostraba unos dientes muy pronunciados desordenados y sucios, como sucios también eran los pantalones y la camisa que en ese momento llevaba. Luego de cruzar un gran cañaveral, que nos demandó un montón de tiempo, encontramos una gran imagen del “Señor de la Caña” junto a un letrero que nos anunciaba que estábamos en la “Hacienda Chiclín”. Una gran explanada y muchas personas realizando trabajo de campo, constituían un oasis en medio de tanto verdor. El ca

Gramalote

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“Pomba” era una vaca negra, alta y de mirada fiera, su cola corta la mantenía siempre levantada; trotaba todo el tiempo y cuando algo la molestaba agachaba la cabeza para mostrar sus cuernos. “Maravilla” en cambio era baja, regordeta y muy amigable su larga cola arrastraba el suelo y la meneaba constantemente en forma suave y rítmica, tenía un pelaje amarillo con manchas marrones; su caminar era lento y cuando se retrasaba del grupo corría con pasitos cortos para no distanciarse mucho. Una solía ir delante, guiando al grupo, imponiendo el ritmo, abriendo camino; eventualmente corría al final para ahuyentar a algún palomilla que se atrevía a molestar al rebaño. La otra siempre iba al final, alentando a las crías que se retrasaban, recibiendo las muestras de cariño que los eventuales transeúntes les prodigaban; incluía esto, una que otra exquisitez al paladar que la gordita no desperdiciaba. En medio, las demás vacas, vaquillonas, toros y toretes avanzaban mansamente al paso que les imp

El abuelo

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Es medio día, lo acaba de anunciar la sirena de la Refinería petrolera “Ganso Azul” con dos largos y agudos sonidos. El abuelo debe aparecer en cualquier momento, como todos los días, a la mesa del comedor. De la sopa humeante, en un plato de fierro enlozado hondo, aflora una enorme papa entera y un pedazo de costilla de res. Otro plato contiene un trozo enorme de carne acompañada de dos papas medianas bañadas por un guiso rojo y un poco de arroz graneado al costado. La abuela me había invitado a almorzar y sentado en el otro extremo de la mesa esperaba que me sirvieran. Rogaba que mi porción fuera más pequeña que la que tenía ante mis ojos. Abuelita - dije- queriendo hacer mi recomendación, cuando por la puerta de la cocina aparecía mi plato conteniendo solamente el guiso; respire aliviado y ya no dije nada. Pero la abuela que era de pocas palabras, luego de dejar el plato junto a mí, dándome la espalda dijo: La sopa te la tomas después, se está enfriando. El fuerte calor lo inundaba