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Mostrando entradas de septiembre, 2013

La huida III

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Decidió mi padre que era mejor caminar por la playa, junto al mar, aunque esto significase mayor inversión de tiempo. El terreno estaba cubierto de guijarros cortantes por donde se viese, tan perfectamente esparcidos que daba la impresión de que ser una mesa gigantesca. Hicimos un alto al llegar junto a las primeras olas, que apacibles nos recibieron, el mar estaba calmo y la noche era iluminada por una media luna que se esforzaba por sobresalir ante unas nubes que discretamente transitaban delante de ella. Con las manos mi padre escarbó la arena permitiendo que se llenase con agua, luego de dejar a Miguelito sentado junto a los bultos que habíamos puesto a regular distancia para que no se mojasen;  mi hermano lloraba fuertemente, por lo que mi papá tuvo que apurar la tarea y volver para traerlo. Cuando lo hizo, la madrasta, Oswaldo y yo habíamos remojado nuestras cabezas y teníamos los pies metidos en el hoyo hecho por papá. Era una delicia sentir el refrescante y helado líqui