La Navidad de los huérfanos.


Eran los primeros días del mes de diciembre y en uno de los desayunos dominicales el tío Bernabé, inició su monólogo.

- En estos días se celebra el nacimiento de un hombre que viviendo poco en este mundo se le recuerda por sus palabras, porque nunca hizo nada – comenzó diciendo.

Sus palabras fueron cortadas por la tía Lucrecia. Era la primera vez que escuchaba que interrumpían su “análisis de la vida”, como acostumbraba llamar a sus pequeñas conferencias.

- Mira Bernabé - dijo la tía soltando la taza que tenía en la mano -. Esto no es cuestión que tú quieras creer o no, las cosas simplemente son así y no quiero que influyas en los chicos con tus ideas ateas, en tu sindicato puedes exponer tus pláticas como quieras, pero acá, ten cuidado – sentenció.

Noté que el tío perdía color en el rostro, mientras que la cara de la tía se ponía morada por la fuerza que ponía a sus palabras.

- Te guste o no, el nacimiento se armará una vez más en la sala para adorar al niño Manuelito, la Navidad se celebrará siempre en esta casa mientras yo esté viva, ¿de acuerdo? – Increpó.

El tío Bernabé, que nunca lo vi discutir con nadie, luego de hacer una pausa y tragar harta saliva, continuó hablando como si nada hubiera escuchado.

- A los hombres que se les recuerda por mucho tiempo, es porque son dignos ejemplos en el espacio histórico, para bien o para mal, por lo tanto, yo no soy quien pueda juzgar si fueron buenos o malos. Pero si puedo analizar, desde mi humilde punto de vista, si la obra que hicieron, es favorable para mí y para mis hijos. Podemos no coincidir en algunos aspectos de la vida de este señor, pero en general sus actos mientras vivió fueron inocuos. Me tiene sin importancia si mi conyugue decida adorarlo – concluyó.

Yo lo miraba fijamente y vi que su manzana de adán subía y bajaba constante por su largo y flaco pescuezo. Levantó la taza de café que tenía en la mano y bebió el último sorbo, cogió la servilleta que tenía cerca y ligeramente limpió su boca. Quise preguntar que significaba “inocuo”, pero sentí temor de avergonzarlo aún más.

Al día siguiente, la puerta principal de la casa se abrió de par en par. La tía Lucrecia lucía feliz y nos invitó a que participemos en la limpieza que dio inicio a todo un rito. El de armar el nacimiento.

Nunca había visto tanta felicidad en el rostro de la tía, tampoco recuerdo que nos haya tratado alguna vez con tanta amabilidad. Me llamó “hijito” más de una vez y con mi hermano Miguel era sorprendentemente tolerante ante la torpeza de sus manitas. Oswaldo miraba con desconfianza y a prudente distancia.

Trabajamos desde muy temprano y hasta pasado medio día, finalmente apareció en la sala de la casa un espectáculo hermoso para mis ojos. Con papeles, cajas y otros objetos había dado la forma de cerros y se las ingenió para acomodar plantitas que con anticipación ya las había sembrado sobre pequeñas macetas. Al centro en la parte media armó una pequeña casita con techo de paja y acomodó animales hechos con arcilla, especialmente junto al pesebre. De algún lugar sacó una brocha y un poco de pintura, que sirvió para manchar desordenadamente los cerros dándoles sombras y contrastes.

- Dos semanas más y ya es navidad - dijo la tía algunos días después.

- ¿A los niños malos les dan regalos en navidad? – me animé a preguntar, sin encontrar respuesta

Al llegar la navidad en la casa todo era felicidad, la tía relató la historia del niño Jesús, como nació en un lugar tan pobre pudiendo nacer en un palacio como un rey.

La idea de tener un regalo especial en navidad, me llenaba de alegría.

La navidad llegó y los regalos para todos también. Mis primos encontraron al pie del nacimiento, un juguete para cada uno. Oswaldo encontró una camiseta roja con la marca de un detergente, Miguelito un par de zapatos que aun estando bien lustrados se notaban que ya habían trajinado buenos trancos. Un paquete con mi nombre me alcanzó la tía y lo abracé fuertemente, no quería abrirlo, era el regalo que imaginé sería especial.

Nunca habíamos recibido un regalo en navidad, o por lo menos no me acordaba. Todos gritaban pidiendo que lo abriese. No quería hacerlo, era mi regalo y prefería tenerlo así.

José se acercó disimuladamente y en un abrir y cerrar de ojos me arranchó el paquete y lo abrió

- Ese pantalón viejo es de Raúl - dijo mi primo, luego de hurgar mi regalo. La tía dio un fuerte grito de una sola palabra “Joseeé”, e hizo que todos se dispersaran en distintas direcciones quedándome sólo, parado frente a la tía y al nacimiento.

Lloré, lloré bastante y muy amargamente todo el día. Nadie pareció darse cuenta.

 


Comentarios

Entradas populares de este blog

La huida

Para otra vez será

Teretañas