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Para otra vez será

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Había llegado temprano, las puertas del parque de diversiones estaban cerradas, tras una larga espera fui la primera en presentar mis boletos de ingreso. Luego de una minuciosa revisión, me dijeron que las entradas estaban adulteradas. El inspector de turno con el ceño fruncido me dijo que, dado que recién empezaba el día y estaba de buen humor, quería ser complaciente, por lo que yo tenía dos opciones, la primera era retirarme de su vista y desaparecer, la otra dar alguna explicación a la policía. Quede espantada, sudaba frio, no lo pude creer y grite, grite con todas mis fuerzas. Desperté asustada, felizmente todo era solo un sueño. Como resultado de lo planeado un mes atrás, Sasha, Tatiana y yo teníamos comprados pasajes y entradas para visitar Paris y hacer realidad un sueño que las tres teníamos desde niñas, visitar el parque de diversiones de Marne-la-Vallée. Personalmente puedo asegurar que soñaba todos los días con este viaje y a pesar de las restricciones que de a pocos se i

Aflicción

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  Mi papá nos había traído ricos dulces desde la sierra y fue lo primero que nos entregó. Miguel no quería desprenderse de los brazos que lo tenían alzado y desde allí procuraba adelantarse a nosotros en la repartición de las golosinas. Dentro de la cabina del camión nos desnudó y nos puso ropa nueva a los tres. Se las ingenió, de manera tal que, al bajar de allí, Miguel que siempre andaba despeinado, ahora lucía bien peinado y ordenado. Ya parados en la puerta de la quinta, donde vivimos los últimos años, volvió a hincarse de rodillas para poder decirnos en voz baja: - Sean fuertes ante las pruebas que nos pone la vida - Nos recordó que no estábamos solos y que él siempre estaría con nosotros -. Se los prometo muchachos - dijo finalmente muy quedo. Entramos por última vez al cuarto que nos había cobijado mucho tiempo. En una caja negra, rodeada de velas, se encontraba mi madre. Oswaldo se acercó primero y empinándose trataba de ver lo que había dentro. Mi padre nos tenía cargados

La enredada aventura de un novel policía.

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  Cuando Rodolfo llegó a Iquitos, una tarde calurosa, nublada y con amenaza de lluvia, quedó embelesado, no era lo que le habían contado, salvo claro lo que le faltaba conocer. Sus miedos y temores eran latentes y al menor ruido que hiciera algún insecto reaccionaba a la defensiva. Al día siguiente le asignaron el destino final de su viaje, por lo que aprovechó para dar vueltas por la ciudad, sin embargo, debería esperar una semana para reiniciar su marcha. Recién egresado de la escuela de la Guardia Civil, fue asignado y trasladado hasta esta remota región donde ahora, entre temeroso y asombrado caminaba las calles de una ciudad desconocida con gentes de diferente hablar y entender. La primera dificultad con la que se encontró fue la comida, debería de hacer esfuerzo por probar bocado en la pensión que le asignaron. Todo era muy diferente a lo que vio y conoció en el remoto pueblo alto andino en el que nació. Había comprado pasajes para el tramo de viaje que le faltaba recorrer pa

Incendio en la ciudad

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El calor de la mañana era tan intenso, que los que se atrevían transitar por las calles de la ciudad lo hacían a grandes trancos, huyendo de los abrasadores rayos solares que caían despiadadamente sobre sus cabezas, como dardos o como lanzas que atravesaban sombreros, sombrillas o cualquier artilugio que usaran para aislar la inclemencia del clima. Doña Paula cubierta por un paraguas negro hacía las últimas compras en el mercado de abastos, una pesada bolsa de compras hacía lento su caminar y avanzaba empujando a quien osara cruzarse en su camino. Su mal genio se incrementaba con el calor que le hacía transpirar a raudales. Lamentaba haberse quedado dormida y estar a estas horas transitando con semejante sofocación. Vendedores y compradores usaban abanicos tratando de encontrar alivio. En la fábrica de bebidas gaseosas, ubicada a cinco cuadras del mercado, los operarios respiraban con dificultad tratando de mantener la calma y no detener la línea de producción. Una antigua embotell

Ella solo quería ver el mar

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Caminando por la playa llegaron, tomados de la mano, a la terraza del bar que les daba la bienvenida. Un lugar privilegiado les invitaba a disfrutar el mar y saborear el dulce placer que la brisa otorga. El largo y antiguo muelle, a un costado de la terraza, dejaba entrever parte de lo que alguna vez fue un centro de operaciones portuarias, ahora acondicionado para visitas de turistas, mostraba su renovada belleza. Una bandada de gaviotas saltaba entre las pequeñas olas que morían lentamente en la arena buscando algo que les pueda alimentar, mientras el sol en el ocaso del día se ocultaba entre nubes y el horizonte teñido de múltiples colores. Se sentaron en una pequeña mesa ayudados por una servicial mujer ya entrada en años que mostraba una mueca como sonrisa. Pidieron dos cervezas y volvieron a cogerse de las manos, él trató de mirarle a los ojos, pero ella los esquivó. Hablaron del tiempo y del viento, nada importante o por lo menos a ella nada le importaba tanto como ver en brum

El ángel sacrílego

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Miguel Ángel Madrigal un hombre de buena dicción, mediana estatura, piel blanca, ojos claros, abundante barba que lucía sin afeitar varios días, se veía sofocado. Encerrado en una pequeña celda, no mostró nunca signo de arrepentimiento. Recordaría en todo momento lo que al parecer pasó, la tarde que sin ninguna mala intención llegó a las puertas de la iglesia de un lejano pueblo en busca de alimento para su hambriento cuerpo y porque no, para su alma que sufría ahora, como siempre sufrió la indolencia de una sociedad que lo marginó desde que era niño. Miguel Ángel Madrigal, natural de Santa Cruz, 45 años, soltero, delito que se le acusa: hurto de objetos en la iglesia del pueblo de Colán, provincia de Paita, departamento de Piura. Al ser interrogado por sus captores, reconoció su culpa en todo momento y sin ningún tapujo detalló como fueron los acontecimientos de aquel suceso que lo mantenía encerrado por enésima vez en su vida. Era pasado el mediodía, recordaba, había arribado al pueb

El último viaje.

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  Ingresé corriendo para ver a mi papá, lo encontré arrodillado en la puerta de nuestro cuarto abrazando fuertemente a Oswaldo. Sintió que llegaba y sin voltearse siquiera, extendió uno de sus brazos y me abrazó. Tenía la mirada perdida, dejó a mi hermano mayor para coger a Miguel que tropezó al llegar a su lado. Con los dos abrazados se levantó y como si volviese de un sueño, con la serenidad que lo caracterizaba, preguntó: - Y muchachos, ¿Cómo están? -. Oswaldo quiso decir algo, pero él se adelantó y nos dijo: - Vengan, quiero que vean lo que traje -. Y con la mayor espontaneidad del mundo nos condujo hasta la cabina del camión, ese camión rojo que siempre espera que regrese con mi papá. Soltó un ligero suspiro y comenzó a contarnos lo que había sucedido en su último viaje. Luego nos habló de lo que significaba la vida, de las vicisitudes y contrariedades, de las sorpresas que nos tiene reservadas, algunas agradables y otras no tanto. Nos pedía que a las cosas las tomemos