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Mostrando entradas de noviembre, 2009

La huida

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Desde que salimos de la ciudad por la avenida Mansiche, ya habíamos caminado varias horas. Mi padre cargaba a Miguel que iba dormido y adicionalmente llevaba un bulto grande en la espalda. La madrasta caminaba con dificultad, pues se había doblado un pie al saltar un canal de regadío que tuvimos que sortear en nuestro apresurado camino. El cañaveral que atravesábamos era alto y estaba floreando, señal que ya estaba listo para la zafra. Esto era terrible para nosotros, pues al contacto nuestro las plantas nos bañaban con el polen que producían un escozor terrible en nuestros cuerpos. A pesar de su dolor, era la madrastra la que nos alentaba a que no nos detuviéramos, ella me cogió de la mano y me llevaba casi a rastras ya que me puse a llorar por el cansancio y por la picazón que sentía en todo el cuerpo. Rigoberto, mi hermano mayor, no perdía el paso y se mantenía junto a mi padre sin decir nada; sobre su cabeza llevaba un bulto voluminoso pero de escaso peso. El anuncio de que e

Cavilando

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Estoy feliz. Si, creo que debería estarlo, así lo siento. Acaba de nacer mi tercera hija y gracias al Altísimo, esta sanita. No creo que sea el mismo sentimiento de la primera vez que fui padre. Pero es mi sueño hecho realidad y estoy feliz con la llegada de mi bebé linda. Es totalmente distinto. Junto a la felicidad la serenidad me embarga. Tal vez valga, tratar de recordar lo que sentía cuando nació mi primera hija. No sabíamos que sexo tendría, y más que nada, pienso yo, la curiosidad provocaba ansiedad. Fue mujercita y me hizo muy feliz. Es mi niña bonita. Cuando nació mi segundo hijo, la tecnología nos evitó la ansiedad y nos dijo el sexo, complementaba la dicha de ser padre por anticipado. Este muchacho, es mi campeón y dice ser el rey. Ahora que nace esta pequeñita, debo decir que preferí no saber el sexo. Sin embargo en una de las ecografías, se insinuó, sin confirmar que sería mujercita. Brillante criterio médico de quitarnos la emoción, cuando nadie se lo pr

Agua a la sopa

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Llegó la noche, y con ella un frío que nunca recordaba haber sentido, había bastante humedad en el ambiente, en el parabrisas se formaban pequeñas gotas de agua, donde continuamente se estrellaban también algunos grillos, mariposas y otros insectos que se sentían atraídos por la luz de los faros del camión. Mi tío tocaba la bocina constantemente y se le veía sonriente, incluso trataba de darle alguna tonada a los sonidos. Me contó que siempre hacía esto al llegar a este lugar y que estábamos muy cerca de la casa de unos amigos donde pasaríamos la noche. No recuerdo cuanto tiempo sonó la bocina pero a mí me pareció bastante, muchos minutos, horas tal vez; iba yo con la cabeza levantada, había pequeños charcos de agua en la carretera, señal de que había llovido algunas horas antes, procuraba mirar todo sin perderme ningún detalle. Ahora lo hacía muy pegado al conductor tanto así que cada vez que tenía que hacer un movimiento empujaba mi pierna que colgaba junto a la palanca de cambios;

Promotor de lectura

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CRONICAS DE LA CALLE No sé si sea dicha o desdicha la que tenemos, los que viajamos frecuentemente en transporte público por las calles de la ciudad. Lo cierto es que nos permite, por lo menos a quienes agudizamos ciertos sentidos, ver diferentes cuadros humanos vivos y andando de lo que significa en parte el Perú. Ayer viajaba absorbido por mis asuntos en uno de los asientos del microbus, cuando subió un “joven” ya no muy joven, que de inmediato comenzó a repartir a todos los que estábamos allí una copia de un recorte periodístico. Yo que ya lo había visto hace algún tiempo a este personaje trabajando, opté por no recibirle la copia a pesar de su insistencia. Culminada esa tarea se ubicó detrás del chofer y con pose de maestro de escuela, con el cuello erguido y la mirada por encima de todos repetía la frase entre cortada y gangosa “ea”. Dos señoritas que subieron en ese trayecto también recibieron la copia respectiva y fueron instadas a obedecerle. Trataron de ignorarlo, pero é