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Entre cervezas

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El olor a fermentado era más fuerte que el que emanaba de las piñas y las flores del jardín que estaban cerca de la ventana. Al acostumbrarme a la oscuridad pude notar que afuera iluminaba la luna con bastante nitidez, no tenía sueño por lo que muy despacio abrí la ventana para ver hacia la calle. Trepado sobre la cama y casi pisando a Miguel me colgué, para intentar ver la luna. El cielo estaba despejado, por lo que pude ver bien el sembrío de las piñas fragantes y la calle desierta a estas horas. A la distancia se escuchaban voces de personas que se acercaban, por lo que traté de esconderme para verlos pasar. “Los grandes cambios empiezan por una pequeña pinta”, decía un señor al otro que lo acompañaba, “pero en nuestro caso no solo hicimos una pequeña pinta, sino que pintamos muchas paredes por hoy” respondió el otro señor mientras soltaba una risita burlona. En la mano llevaban tarros de pintura, caminaban sin ninguna prisa y parecían estar seguros que por este lugar nadie los verí

Champa

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Una semana después, tal como lo ofreciera mi papá, nos mudamos de casa. Una casita muy acogedora, no muy lejos de la anterior, nos dio la bienvenida. Estaba a una cuadra, frente a la fábrica de cerveza, junto a una escuela, que por estos días lucía vacía. Los dueños eran una señora y un señor que vivían en otra casa junto a la nuestra, se ofrecieron velar por nosotros, “como si fueran parte nuestra”. Ella siempre daba órdenes en todo momento y él obedecía de buena gana. Ella era blanca y gorda, él delgado y moreno. “¿Nemesio?” decía ella y el señor aparecía con algo en la mano seguro que eso era lo que ella buscaba o requería. Nunca dejaron de sorprendernos por la química que había en entre si. Se les veía siempre felices, sonreían en todo momento. La nueva casa era pequeña, tenía dos ambientes, uno lo usamos como dormitorio; ahí acomodamos nuestras camas que las trajimos al hombro desde la casa anterior. Mi papá se encargaría de hacer el resto con la ayuda de “champa “que desde enton

Primer aniversario del blog

Mi agradecimiento sincero a todos quienes en este primer año del blog llegaron de visita a este espacio. Doble agradecimiento, a quienes vuelven siempre y me alagan con sus comentarios, que terminan siendo el mejor aliciente para seguir escribiendo. Este blog fue creado para poner en vitrina parte de mi trabajo y poder recibir comentarios de quienes sin conocerme vierten opinión desinteresada. Gracias una vez más, los espero siempre.

Vuelve papá

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Mi papá apareció después de algunos días, una tarde en que Miguelito se encontraba enfermo. Tenía fiebre y estaba echado en la cama. La vecina le había puesto unas hojas de malva en el estómago y mojado la cabeza con sus orines. Escuché decir que estaba empachado y que había que darle purgante. La ancianita que pasó a ser nuestro ángel guardián, se sorprendió al ver que mi papá ingresaba a la casa cuando ella lo estaba curando. No recordaba quien era y por poco lo echa a escobazos. “¿Qué quiere usted aquí?” le increpó. “Esta es mi casa, explíqueme que hace usted aquí y que le hace a mi hijo” le contestó mi papá, visiblemente sorprendido. La señora le explicó que vivía enfrente y que el niño estaba enfermo. Dándole la espalda para seguir atendiendo a mi hermano, le increpó por no saber con quién deja a sus hijos. “Esa mujer dejó abandonadas a estas criaturas” Mi padre preocupado por lo que nos había pasado y por la salud de Miguel, agradeció a la anciana por los cuidados que nos dio, p

La huida II

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Chan Chan Luego de caminar tanto, las fuerzas nos abandonaban. El sueño nos agobiaba y el peso de nuestros bultos era más difícil de sobrellevar. El cañaveral que nos había bañado con sus flores artiduricas por fin desapareció. Sentados entre el arenal y las últimas plantas, desnudos tratábamos de aliviar la molestia causada por la flor de caña. Mi padre rascaba la espalda de Miguelito que desesperado lloraba, mientras que la madrastra cambiaba el trapo que envolvía su pie dislocado e hinchado, que se había hecho jirones en nuestra loca huida. Pude ver una lágrima correr por su mejilla pero no se lamentó ni se quejó nunca. Al verme parado junta a ella me atrajo a su pecho, acariciando mi espalda, sacudió mis cabellos; reclinado como estaba, sentí el tamaño de su vientre, grande, abultado, gigante, no pude evitar acariciarla y llena de una felicidad inesperada sonrió. Escuché a mi padre lo que no deseaba en estos momentos oír: “vamos, nos gana la hora, debemos avanzar antes de que a

Aprendiendo a vivir

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Aprendimos a vivir libres, a pesar de la presión que ejercían sobre nosotros. Oswaldo hacía que cada castigo fuera un juego. Nos enseñaba a tener valor y ser fuertes ante las adversidades que nos tocaba vivir. Los mejores momentos eran cuando nos alejábamos de la casa o cuando llegaba la noche y nos quedábamos profundamente dormidos por el cansancio y la ilusión de alejarnos lo más lejos posible de nuestros “protectores” al día siguiente. La señora que me entregaba el pan por las mañanas, me daba adicionalmente dos panes que los colocaba en cada uno de los bolsillos de mis pantalones. Al llegar a casa lo primero que hacía era esconderlos en algún lugar para poder comerlos más tarde, a media mañana, en compañía de mis hermanos. Trágico fue el día en que me olvidé esconderlos y la tía los descubrió en mi poder. Armó tremendo escándalo, me cogió de las orejas y a rastras me llevó al corral, allí cogió una varita delgada de cuero enroscado y seco, con la que me castigó despiadadamente. Gri

La fiesta de Mila

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Ya estábamos todos listos, pero ella no había cuando se decidiera, por fin salir. Daba vueltas por toda la casa, buscaba algo. Todos mirábamos con preocupación los relojes; a este paso llegaríamos tarde. Se celebraban los 15 años de Mila, fiesta familiar muy esperada. Toda la semana no se comentó otra cosa, que no sean detalles vinculados a este suceso. Salió de la cocina y se fue a su dormitorio corriendo, parecía que por fin había recordado donde lo había dejado. ¿Dejado?, que había dejado. ¿Qué buscaba? Como quiera que no diera explicación alguna, nadie sabía cómo ayudarla. Los preparativos habían comenzado algo más de un mes atrás. Y de a pocos el ajetreo fue creciendo. Ya todos estábamos comprometidos. Todos teníamos algo que ver con la fiesta de Mila. Las tarjetas, el vestido, los zapatos, la decoración del local, en fin todo lo que pudiera pensarse en esos días tenía que ser del mismo color. Ella no salía y tuvieron que ir a buscarla. Llegó a nuestro lado, despeinada, alboro

Boquerón

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Encima de la carga que traía el «Rebelde sin causa» se acomodaban unos cilindros herméticos que eran llenados con gasolina y cual grifo ambulante surtía de energía al noble compañero de viaje. Retornando de la experiencia vivida con tan peculiar orquídea, encontré a mi tío con una manguera larga que salía del cilindro en la parte superior del camión, tratando de succionarla para de inmediato introducirla en el tanque de combustible del camión, costumbre bastante artesana, que también tenía sus riesgos, un pequeño descuido y el que se abastecería, sería el que succionaba la manguera. Hecho esto, llenó de agua fresca el radiador del motor, revisó aceite con una varita que la limpió varias veces, golpeó las llantas una por una para verificar su buen estado y quedaba todo listo para continuar nuestro viaje luego del descanso en el restaurante de «Chesman». Salieron todos los habitantes del lugar, inclusive los ocasionales comensales, para despedirnos con las manos al aire agitándolas ami

Adonis

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Frente a la Casa-Restaurante “Chesman”, había una amplia explanada y algunos metros más allá un río corría ruidoso. Por donde se mirase había piedras de variados tamaños, formas y colores, todas con signos de haber sido removidas de su sitio o demolidas para dar paso a la carretera. Avancé por ese lugar, tratando de encontrar el río bullanguero, mientras recordaba las historias de este lugar, que había escuchado en las constantes reuniones en casa de la abuela, todas con misterio y algo de terror. Era un hermoso día, el sol desde muy temprano brillaba en lo alto y aún cuando todavía no podía bañarnos con su calor por la sombra del cerro que nos cubría, se podía sentir una tibia calidez y mucha luz. No sé qué tiempo estuve parado viendo transcurrir el río, no muy caudaloso pero si torrentoso y sonoro, que corría chocando de una piedra a otra en su avance precipitado y fugaz. El lugar estaba lleno de vida, muchos insectos trataban de tomar algo de los pequeños rayos de sol que comenz