¡Jóvenes ya!

 

- ¡Jóvenes ya!, por favor salgan.

El vigilante de la puerta del colegio, nos instaba a volver a nuestras casas.

- Disfruten el descanso - repetía a cada uno de mis compañeros que se negaban a terminar de salir a la calle.

Conversábamos con alegría, todos arremolinados, cogidos de la mano y alegres por los días de descanso que nos otorgaban comenzando el año escolar. Nada hacia presagiar lo que vendría después. Recuerdo que fui la ultima en salir del colegio y el vigilante no pudo evitar mencionar mi nombre.

- Gabriela, voy a cerrar la puerta – dijo con gracia a la vez que miraba su reloj.

Teníamos quince días para ordenar ideas sobre nuestro futuro en nuestro año pre promoción, teníamos un espacio adicional para hacer mil proyectos que revoloteaban en nuestras cabezas, claro que ninguna de ellas estaba vinculadas a clases. Este año tenia que ser genial, la mayoría de nosotras cumplía 15 años, nos esperaba mucha diversión e infinidad de horas para programar momentos alegres e imaginar que sorpresas nos daríamos cada una.

Paradas en la calle continuamos un buen rato, reíamos sin ninguna preocupación. Mencionábamos la cuarentena que nos imponía como algo gracioso e inocuo, planeábamos divertirnos desde nuestras casas, solo eran quince días y sería genial, chatear, reír y mandar memes desde las redes. Entendimos que el tiempo pasa volando, de a pocos nos fuimos despidiendo con interminables abrazos y besos en la mejilla, seguras de volver a encontrarnos pronto.


Al llegar a casa tiré la mochila en la entrada como siempre lo hacia y me puse a ver televisión, mi emoción me había quitado el hambre y sentí como nunca una tremenda libertad y muchas ganas de no hacer nada. En realidad, no tenía nada que hacer. Dos semanas sin clases al comienzo del año rompía toda programación. Sentada frente al televisor sin entender lo que trasmitían, pensé en lo gracioso que era haber asistido solo cuatro días al colegio y estar ahora de vacaciones otra vez. Pensando en ello me quedé dormida, se sentía aún el calor del verano y estaba sola en casa.

Como lo planeamos al despedirnos, al despertar una hora después lo primero que se me ocurrió fue coger el teléfono, buscar a mis amigas en las redes e iniciar una sesión prolongada de ocurrencias e intercambio de las ultimas fotos que nos tomamos al despedirnos pensando muy pronto volver a reunirnos. Todas estábamos felices, aunque un poco inquietas por la nueva experiencia que nos tocaba vivir encerradas en casa por dos semanas.

La disciplina en casa me incomodaba, muchas cosas comenzaban a cambiar. Lávate las manos, cámbiate de ropa, báñate, fueron frases repetidas en mis oídos cada minuto de la que comenzaba a ser la etapa mas angustiante de mi vida.

Antes de terminar las dos semanas de cuarentena, que al segundo dia comenzó a ser torturante, una figura despreciable, poco atractiva y de voz horrorosa anunció que la cuarentena se prolongaba por dos semanas adicionales.

Esa noche lloré bastante y entre lágrimas y risas comentaba a mis amigas lo difícil que lo estaba pasando. En casa la disciplina se agudizó aún más, y mi rebeldía de forma exponencial en proporción a ella. Me negué a comer, aunque ese modo de protestar solo duró pocas horas, dejé sentada mi posición que no estaba de acuerdo con el encierro. Pensaba en mis amigas y me consolaba escucharlas que ellas también la estaban pasando mal. Finalmente nos consolábamos pensando en que pronto se acabaría esta pesadilla.

Las malas noticias en la televisión se sucedían una tras otra, el mundo entero estaba encerrado por culpa de un virus que nadie veía. Aunque en medio de tanta noticia mala llegó una malvada a mi cabeza. El chico más odioso del salón cumplía años y había programado una fiesta grande, había invitado a casi todo el colegio, pero al grupo de mis amigas nos ignoró. Perversamente disfrute que se truncaran sus planes y reímos de buena gana con las chicas.

Pero como decía mi padre, en la vida no todo puede ser bueno, llegó la más nefasta de las noticias. El mismo personaje de rostro huesudo y narizón, anunció que se suspendían las clases presenciales indefinidamente e iniciábamos unas novedosas clases virtuales. Nuevamente lloré inconsolablemente. No quería escuchar a nadie, todo lo que me decían me lastimaba más. A mis amigas las comencé a sentir lejanas, me enojaba cuando ellas comenzaban a aceptar el nuevo estatus y cortaba la conversación cuando trataban de explicar las razones del encierro.

De mala gana y de la peor manera acepté iniciar las clases virtuales, lloraba al coger mis cuadernos y dando la contra a las indicaciones de mis maestros comencé a llenarlos con las clases que impartían por internet. Me molestaba todo y encontraba mil defectos en la computadora, para empeorar las cosas el internet se puso más lento de lo que en realidad era. Todo salía mal y me pasé muchas horas llorando, el mundo se venía abajo y comencé a tener miedo, la televisión era una tortura, en ella solo se escuchaban cosas feas. Cada quince días se prolongaba la cuarentena y ya llevábamos tres meses encerrados. Fue entonces que comencé a sentir preocupación en la casa, algo no estaba bien y la cara de mis padres lo expresaban en silencio. Mi hermana mayor andaba con mal genio, era la más molestosa con las nuevas reglas y las más disciplinada en todo. Para mala suerte nuestra, a ella le asignaban trabajo a distancia y lo realizaba desde la casa, eso hacía que el espacio que disponíamos se viera más reducido.

 

 

Pablo Rodríguez Prieto

Agosto 2020


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