La triste historia de Ruth, la niña que quería vivir
Desde siempre, Ruth había sentido el olvido.
Era parte de ella y ella era parte del olvido. Cuando nació, su madre se olvidó
de ella y se fue del hospital, regreso al día siguiente usando como excusa
haber salido a comprar ropa para llevarla a casa. Por cosas del destino su
padre también se olvidó de ella y nunca la conoció.
En sus primeros años de vida encontró la
soledad en el cuarto que alquilaba su madre, quien la dejaba sola mientras
partía, generalmente por las noches, sin saber a qué hora volvería. Lloraba de
hambre, de frio y se dormía, era la forma que descubrió para vencer la soledad.
Cuando su madre llegaba, Ruth se prendía del pecho que era entregado con desdén.
Aprendió a comer como pudo y a caminar sola, cada caída le enseñaba que debía pararse
y que llorar servía muy poco.
Luego, cuando le tocó ir a la escuela, Ruth
descubriría nuevas formas de olvido. El primer día de clases fue a parar en la
casa de la maestra, pues su madre se olvidó de recogerla, y a partir de ahí, no
siempre, pero muchas veces terminó durmiendo con la maestra. Era la niña que
siempre llegaba última a clases y también la última en regresar a casa, si es
que mamá no se olvidaba de aquella insignificante tarea. La maestra y todas las
autoridades conocían su caso y ya cansadas llamarle la atención optaron por la
indiferencia, que era la otra forma de olvido en la vida de la pequeña Ruth.
- Yo quiero vivir contigo - solía repetir a
cuanta persona llegaba a su vida.
Cuando pudo hacer amistad con algunas de sus compañeras, lo primero que manifestaba era su deseo de ir a vivir con ellas. Y muchas veces se fue a casa de alguna de sus compañeras al salir de la escuela, mientras su madre no se daba por enterada del lugar en que se encontraba su hija.
Las pocas veces que podía conversar con su
madre, Ruth con emoción contaba lo que veía en la casa de sus amigas y con pena
descubría a su madre profundamente dormida sin prestarle atención. Acariciando los
cabellos de su progenitora se dormía sobre su pecho.
Al terminar la primaria, después de repetir
varios grados, Ruth ya tenía quince años. Con la inocencia y la candidez que la
caracterizaba seguía pidiendo, rogando talvez, a todas sus compañeras: Yo
quiero vivir contigo.
Un día de aquellos que nadie sabe recordar,
Ruth partió a vivir con un amigo que le prometió muy poco, solo caricias.
Varios años mayor que ella y conocido solo como un ilustre desconocido, no supo
cumplir con su mezquina promesa. Ruth pronto volvió más sola que cuando se fue.
La historia de sus partidas y regresos, cada
vez más frecuentes con personas desconocidas, a nadie le interesó hasta que un
día Ruth volvió y llamó la atención del pueblo entero. Todos querían verla,
todos querían estar junto a ella, todos decían quererla. Ruth había muerto en
el olvido y la indiferencia. ¿Cómo? A quien le importa ya. Ruth quedó una vez
más en el olvido al momento que secaron las lágrimas de quienes la lloraron.
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