Teretañas
La casa de los abuelos estaba al centro de una enorme huerta,
rodeada de plantas, arbustos y árboles. La abuela cuidaba un jardín que olía a
flores frescas; rosas de varias especies predominaban sobre las demás, habían unas enormes y feas pero muy fragantes y otras pequeñitas teñidas de mil colores.
Entrar en la casa era llenarse primero de la fragancia de sus flores, las que
cuidaba con mucho cariño, sin embargo dentro de la casa nunca se vio una flor,
al abuelo le disgustaba verlas en floreros.
Al costado de la casa había plantas de plátanos de seda, la
abuela tenía una pequeña escalera que le permitía trepar hasta los racimos y
cubrirlos con pliegos de papel periódico para que los pajaritos no los malogren,
dejándolos madurar en la planta para que tuvieran mejor sabor. Ya maduros, era
su placer llamar a sus nietos y sentarse a comerlos al pie de la planta.
Al fondo de la huerta había un galpón repleto de gallinas blancas
con listas negras o negras con listas blancas, la abuela las llamaba las “teretañas”.
Eran enormes, gordas y hermosas, como enormes y ricos eran también los huevos
de las engreídas del corral. Por las
mañanas las soltaba en toda la huerta, salían alegres y saltarinas, de
inmediato se ponían a escarbar y recoger todo lo que encontraban por el lugar.
Cuando las sacrificaba, en el buche encontraba todos los objetos perdidos como
aretes, sortijas, pequeñas monedas, clavos y tachuelas. Solían escarbar y llenarse tierra, luego se
echaban en los agujeros que cavaban, mientras las que tenían polluelos les
enseñaban a estos a comer de una manera muy maternal. Ya por la tarde la abuela
las llamaba de una manera muy peculiar, repetía tu tu tu tu tu y ellas aparecían
de todos los rincones de la huerta, esparcía granos de maíz, esperaba que
terminaran y de inmediato solas se encaminaban al gallinero, era hora de
dormir.
El techo del gallinero era de paja que protegía a las “teretañas”
de las lluvias por las noches, ya que cuando llovía de día ellas disfrutaban
del baño, se subían sobre las ramas de los árboles y jugueteaban alegremente.
Cuando cesaba de llover se sacudían para
luego acomodar con sus picos sus desordenadas plumas.
El abuelo cuando reparaba el
techo repetía, ”sacudan la paja para que salten las víboras”. Y en realidad
muchas veces encontraba durmiendo muy abrigaditas a víboras que por las noches
buscaban los huevos de las “teretañas”
A mi abuela le gustaba criar
gallinas y también comerlas y compartirlas.
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Mantener esos recuerdos y tradiciones a través de la lectura es una gran tarea y noble fin.