Ella solo quería ver el mar


Caminando por la playa llegaron, tomados de la mano, a la terraza del bar que les daba la bienvenida. Un lugar privilegiado les invitaba a disfrutar el mar y saborear el dulce placer que la brisa otorga. El largo y antiguo muelle, a un costado de la terraza, dejaba entrever parte de lo que alguna vez fue un centro de operaciones portuarias, ahora acondicionado para visitas de turistas, mostraba su renovada belleza. Una bandada de gaviotas saltaba entre las pequeñas olas que morían lentamente en la arena buscando algo que les pueda alimentar, mientras el sol en el ocaso del día se ocultaba entre nubes y el horizonte teñido de múltiples colores.

Se sentaron en una pequeña mesa ayudados por una servicial mujer ya entrada en años que mostraba una mueca como sonrisa. Pidieron dos cervezas y volvieron a cogerse de las manos, él trató de mirarle a los ojos, pero ella los esquivó. Hablaron del tiempo y del viento, nada importante o por lo menos a ella nada le importaba tanto como ver en brumosa lontananza, el mar. La conversación parecía un aburrido monologo por parte de él, ella solo miraba el horizonte que de a pocos se oscurecía.

Envuelta en telas de acetato y tafetanes brillantes que simulaban lujosas sedas, con los brazos llenos de brazaletes metálicos brillantes y en la mano un mazo de cartas españolas sucias y envejecidas, hizo su repentina aparición junto a la pareja, que a estas alturas de la tarde ya había decido retirarse del bar en busca de alguna otra distracción que los vinculara de mejor forma. La gitana saludó amablemente y sin mediar más palabras hecho las cartas sobre la mesa, se llevó las manos a la cara y horrorizada se separó un poco, de inmediato recogió su maltrecha baraja.

Veo algo feo entre ustedes, sentenció tajante la mujer. Si me permiten les leo las manos y vamos viendo que pasa y tratamos de reparar al caprichoso destino. Ella palideció ligeramente y él trato de deshacerse de la incómoda visita mientras llamaba pidiendo la cuenta. Sin embargo, la curiosidad de ella hizo que extendiera su mano y la gitana la cogió con delicadeza deshaciéndose en elogios por lo bien cuidadas que estaban. Comenzó por hablar del significado de cada una de las líneas que estaban trazadas en la palma de ella y le auguró una larga vida llena de sinsabores por algunos cortos años, para al final encontrar la felicidad plena en un lugar lejano.

La noche había hecho su aparición y el clima enfrió considerablemente, pero más aun en medio de esa conversación con la gitana que para él no tenía ninguna importancia. Sin embargo, fue convencido por la gitana de pedir una cerveza más, mientras le decía que no se preocupe que no era su intención cobrarle un centavo por este trabajo. Le habló de la misión que tenía en la tierra, que en algún momento entendió que era ayudar a los que voluntariamente accedan a sus artes quirománticas.

Dos cervezas fueron destapadas en la mesa, mientras la gitana algo le decía en el oído a ella. Las dos rieron de buena gana. Les habló que las líneas del amor en ambos eran similares, pero que ello no era razón para que continuaran juntos. Él se molestó y llamó charlatana a la gitana y que ya no estaba dispuesto a continuar con esta farsa. No señor, no, no, no. No voy a permitir que me falte el respeto. ¡Esto no es ninguna farsa! Dirigiéndose a ella, ya sin ningún reparo le dijo, es mejor que te alejes de este jovencito, lo que te dije es cierto, nunca podrás tener un hijo con él.

¡Ya se puede ir! Le dijo él a la gitana, quien, sin inmutarse, tras haber permanecido hasta entonces parada, jaló una silla y se sentó. Cogió el vaso que tenía cerca y se lo bebió. Yo te recomiendo, intentó decir, pero él tajantemente dijo que no quería sus recomendaciones. ¡Ya se puede ir! Volvió a decir. Ella rompió en llanto mientras la seguridad del local sacaba a la gitana que no dejaba de proferir palabras altisonantes e inentendibles. Él intentó abrazarla, pero fue rechazado, solo atinó a decir: yo solo quería ver el mar.

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