Desventura
El malestar propio de haber
dormido poco, se manifestaba en mi mal humor y la impaciencia que causaba el
retraso de nuestro vuelo por mucho más tiempo del que se puede suponer. Nos
citaron en el aeropuerto a las seis de la mañana, son las diez y nadie da razón
de la demora.
- Si estuviera papá ya hubiera
reclamado por lo menos veinte veces – le dije a mamá, quien con total
indiferencia contestó,
- Es cierto, felizmente no está –
y continuó sentada como si no pasara nada, estoica ante lo que estaba
sucediendo.
Anoche fue mi fiesta de promoción
y el baile de graduación fue pasada la media noche, dormimos un par de horas y
mi madre tan puntual como siempre, me sacó de la cama contra mi voluntad para
estar aquí, sin saber siquiera si podremos volar hoy.
- Es 24 de diciembre, papá nos
espera y no hay forma de postergar el viaje. ¡Ten paciencia y cálmate! - dijo
mi madre ante uno de mis reclamos y continuó sosegada, con su bolso sobre las
piernas, la espalda recta y la mirada al frente. Talvez su profesión de
ornitóloga hacia que tuviera esa paciencia y la quietud que mostraba en todo
momento. Papá es todo lo contrario a ella, es súper activo y muchos dicen que
yo me parezco mucho a él.
Lamento no haber obedecido a mamá
cuando opinó sobre mi vestimenta, ella sugirió que me ponga pantalones y
zapatillas. Ahora llevo puesto un vestido delgado y corto, sandalias muy
veraniegas y en el aeropuerto hace frio. Yo supuse que en dos horas estaríamos
en Pucallpa con bastante calor y no sentados acá.
El recuerdo de la finca donde
trabajan mis padres, en un proyecto de investigación de la Universidad de San
Marcos, en medio de la selva, me entretuvo. Saber que volvería pronto a ver a
papá me llenaba de felicidad, así como también saber que pronto estaré
nuevamente en contacto con la naturaleza que tanto me atrae y me gusta. Tengo
muchos proyectos y sueños en la cabeza, algunos de ellos vinculados al inicio
de mis estudios universitarios en un plazo muy breve. Creo que estudiaré
biología y quisiera trabajar al lado de papá. Es casi seguro que tenga que
viajar a Alemania, la tierra de mis padres, para cursar estudios.
Por los altoparlantes de la sala
de espera del aeropuerto Internacional “Jorge Chávez” se escuchó el llamado a
los pasajeros del vuelo 508 con destino a Pucallpa. Los hasta esos entonces
molestos pasajeros se levantaron dando vítores, armando tremenda trifulca al
querer todos a la vez abordar el avión que nos llevaría a nuestro destino en
vísperas de navidad. Mi madre prudentemente ordenó permanecer sentadas a la
espera que se calmaran los ánimos, por lo que fuimos las ultimas en abordar la
nave.
A mí me encanta viajar y lo
disfruto plenamente. Transcurridos cerca de una hora de vuelo apacible y ver de
cerca los nevados de la cordillera de los andes se extendió a nuestros pies la
inconmensurable sábana verde de la selva amazónica. Yo viajaba en la ventanilla
delante de las alas del avión y mi mamá junto a mí en el pasillo. Observaba la llanura selvática rememorando
gratos momentos pasados en ese paraíso que tanto adoraba mi papá.
De pronto todo cambió, frente a
nosotros pude ver una inmensa nube gris que en poco tiempo nos fue absorbiendo
dejando todo oscuro fuera del avión. La nave zangoloteó y la tripulación de
abordo ordenó que nadie se mueva de sus asientos, mientras apuradas las
sobrecargo suspendieron la entrega de alimentos y el reparto de bebidas. El
traqueteo de la aeronave se hizo intensa permitiendo que los compartimentos de
equipaje de mano se abrieran y se esparcieran los artículos allí colocados.
Algunos alimentos se regaron sobre los pasajeros, mientras el capitán de vuelo
ordenaba que todos deberíamos colocarnos los cinturones de seguridad y
permanecer sentados e inclinados sobre nuestras piernas. Creo y estoy
convencida que esta orden finalmente fue mi salvación. Asustada obedecí, vi la
cara de mamá empalidecer y al volver a coger su mano la sentí mucho mas fría.
Escuché a varios pasajeros gritar, algunos de miedo y otros de dolor al ser
golpeados por los objetos que se zarandeaban de un lugar a otro sin control.
Un pitido intermitente y agudo
lastimaba mis oídos y la de muchos pasajeros que se cubrían las orejas con las
manos. El avión se elevaba apresurada y notoriamente, supuse tratando de salir
de la tormenta. De la parte superior de nuestros asientos se soltaron unas
mascarillas unidas a unas mangueritas, un sobrecargo ordenaba que las
pusiéramos sobre nuestros rostros si necesitáramos oxigeno adicional. La nave
se encontraba por sobre los límites de un vuelo normal. Nadie la entendía,
todos éramos zarandeados desbaratadamente. Los artículos sueltos que saltaban
de un lugar a otro comenzaron a deslizarse al final de la nave. De pronto, una
intensa luminosidad asomó por la ventanilla al lado mío, el avión dio un giro
brusco hacia ese lado y una tremenda llamarada comenzó a envolver el avión. Mi
madre con los ojos humedecidos de pavor solo atinó a decir “esto es el fin” se
soltó de mi mano y de pronto una fuerte explosión partió la nave separándonos
definitivamente.
Me sentí lanzada fuera hacia el
vacío y de inmediato sentí que comenzaba a caer. Seguía sentada en el asiento
que fuera de la aeronave por lo que con todas mis fuerzas me aferré a él. Comenzó
un giro en espiral al descender, mareada y aturdida cerré los ojos y ya no pude
ver más. Desapareció el pitido agudo que me atormentaba, el grito de los
pasajeros, también el sonido aterrador de la explosión, todo era silencio,
sentía solo el ruido del aire al rozar contra la butaca, finalmente perdí
el conocimiento.
Cuando desperté, llovía
abundantemente, pude ver partes del avión incendiadas, yo seguía con el
cinturón de seguridad en mi cintura sentada en el mismo asiento, al voltear la
mirada vi juntó a mí, parte de un cuerpo colgado de una rama, recién entonces
pude percatarme que estaba sobre la copa de un árbol. Asumiendo que se trataba
de una pesadilla me volví a dormir.
Al despertar en el alba del día
siguiente, continuaba en medio de la misma pesadilla, la lluvia persistía
intensamente y todo era una horrorosa realidad. Con bastante dificultad pude
deshacerme del asiento y comenzar el descenso. Sentí un fuerte dolor en el
hombro que impedía poder asirme firmemente con la mano izquierda, un corte de
considerables dimensiones se mostraba en una de mis piernas, en la cara un
rasguño grande aún sangraba, uno de mis ojos contusos me limitaba aún más la
visión ante la pérdida de mis gafas. Una de mis sandalias no estaba en su lugar,
por lo que sentí dolor al apoyar el pie en las ramas al descender.
Recordé las palabras finales de
mi madre y comencé a buscarla con desesperación. No tardé en encontrar el
cuerpo de una mujer que asumí era mi progenitora, me incliné sobre ella y lloré
un buen rato. Al calmarme pude ver que tenía las uñas pintadas por lo que
descarté inmediatamente que fuera ella, pues mamá nunca acostumbraba hacer eso.
El escenario era horrible, restos
del avión humeaban en medio de la lluvia tras haber ardido toda la noche. El
equipaje de los pasajeros desperdigados por todos lados. Varios cuerpos, muchos
de ellos desmembrados, estaban esparcidos en un radio amplio. Caminé entre los
escombros de la nave y los restos humanos desperdigados hasta que encontré el
cuerpo de mamá. La abracé, traté de limpiar su rostro y la arrastré para
protegerla del aguacero al pie de un frondoso árbol, fue entonces que decidí
salir a buscar ayuda.
No tenía idea de donde podría
encontrarme, pero pude recordar el consejo de papá que decía que toda corriente
de agua siempre te llevará a un rio grande y junto a ellos siempre habrá
asentamientos humanos. Lo dijo un dia que, como éste, llovía abundantemente.
Cogí una bolsa de caramelos y un pan dulce que encontré tirados en el suelo y
tras haber notado que las aguas que caían de la lluvia descendían internándose
en el bosque, me alejé del lugar con la esperanza de volver pronto por mamá.
Al promediar el medio día, la
lluvia aún continuaba, sentía mucho frio. Mi avance era lento, pues la
enmarañada selva me impedía caminar rápido. Debía muchas veces dar algún rodeo
con miedo a perder el curso del agua, felizmente eso no sucedió. Durante todo
el día no pude ver el sol y solo sentía un diluvio que caía sobre mí, sin
parar, sin piedad. Mi vestido comenzó a hacerse jirones y el pie que llevaba
descalzo, al estar lastimado, me dolía mucho. Caminé sin parar hasta bien
avanzada la tarde, entonces intuí que pasaría la noche en medio del bosque, por
lo que tratando de descansar busqué un lugar donde refugiarme antes que
oscureciera. A pesar del aguacero había insectos que sobrevolaban en torno mío
y en el menor descuido clavaban sus aguijones en mi piel. La noche llegó, había
encontrado un árbol caído y me cobijé debajo de él luego de inspeccionar los
alrededores, mi mayor miedo era encontrar alguna serpiente, por lo que con una
vara removí todo posible escondrijo. Al oscurecer amainó un tanto la lluvia
dando paso a un vendaval de zancudos que dieron buena cuenta de mi semi desnudo
cuerpo. No sabía que parte del cuerpo me dolía más, no tenía fuerzas para
impedir que los insectos hicieran su merienda. Sentía desfallecer de miedo y
dolor, lloré mucho.
Pasé la noche en vela, el temor
que algún animal pudiera atacarme no permitió que pudiese dormir. Los ruidos
que se producen en la selva, son ensordecedores y aterradores. La oscuridad
absoluta impedía ver algo en medio del diluvio en que me encontraba. Antes que
amaneciera completamente, reinicié la marcha, la primera dificultad que encontré
fue que al dejar de llover la corriente de agua que seguía era casi
imperceptible. Una intensa neblina lo cubría todo. La poca visibilidad mañanera
agudizada por mi miopía y la falta de mis gafas, dificultó aún más mi lento
caminar. Al cabo de un rato logré encontrar otra corriente de agua mucho mayor
a la que venia siguiendo, esto me llenó de alegría en medio de todas las
dificultades que estaba enfrentando. Caminaba con los pies en el agua, en
algunos lugares el agua me llegaba a la cintura, era mucho más fácil avanzar de
esa manera pues el agua se abría camino en medio de la selva. Un poco confiada
no me percaté de una liana que atravesaba el torrente, por poco me arranca la
cabeza, aun así, nada me detuvo y continué ahora con el cuello también adolorido.
El canal de agua cada vez se
ensanchaba más al recibir infinidad de afluentes, lo que para mí era buen
indicio, pues pensaba que estaba cerca de lograr mi propósito, eso renovaba mis
escasas fuerzas. El siguiente temor apareció cuando vi moverse algo oculto
junto a la orilla, pensé que se trataba de un cocodrilo, muy frecuentes en esta
clase de lugares. Para mi tranquilidad se trataba de un pequeño roedor que
había caído al agua y luchaba por salir. Traté de mantenerme lo más alejada posible
de la orilla y avanzaba nadando o arrastrada por la corriente, cuando era
posible. Todo iba bien, pero de nuevo comenzó a llover, sentía que moriría en
este intento. El frio me calaba los huesos y mis fuerzas eran cada vez más
escasas. Los caramelos y el pan que traje ya los había terminado y temía comer
los frutos que a cada paso encontraba. Papá me había dicho que, si no estaba
segura del fruto que era, no lo comiera pues podría ser venenoso.
Sentía mucha hambre y al estar
mucho tiempo en el agua me dio calambres en una de las piernas, mientras que la
herida en la otra producía un dolor lacerantemente, mi vista cada vez más
borrosa me impedía distinguir lo que había fuera del agua, por lo que
únicamente me concentraba en distinguir el curso del agua. El dolor de la
clavícula se hacía más intenso por el esfuerzo que hacía al nadar. Muchas veces
el agua se introducía en túneles de vegetación que me aterraban, pero al no
poder caminar optaba, contra lo que yo quisiera, continuar dentro del agua. En
una de esas ocasiones topé con un nido de pequeñas hormigas rojas que pendía de
una rama, muchas de ellas cayeron sobre mi cuerpo produciéndome un ardor
insoportable. Al cabo de un rato mi piel estaba inflamada, me ardía. Por más
que trataba de aliviarme dentro del agua la incomodidad no pasaba. Lloraba en
silencio, mientras dejaba que la corriente me arrastrara estando yo de
espaldas.
La noche volvía a llegar, por lo
que busqué un lugar donde intentar refugiarme fuera del agua, la lluvia
continuaba. Tomé abundante agua fresca que el aguacero acumulaba en algunas
hojas y trepé a un pequeño árbol que sus ramas daban una especie de cobijo
fuera del piso que estaba totalmente anegado. La noche fue inclemente, los
zancudos retornaron al atardecer, me aterraban los sonidos producidos por
animales que huían de la inundación. Igual que la noche anterior no pude
dormir. Truenos y relámpagos que estallaban muy cerca de mí, me recordaban la
explosión del avión, completaban este paisaje alucinante.
Al amanecer pude ver que todo el
suelo estaba cubierto de agua, no se distinguía el canal que la tarde anterior
me ayudaba a desplazarme. Caminé desorientada por un buen rato tropezándome
continuamente en medio de semejante charco, hasta que la dicha me llevó a
encontrar nuevamente el cauce de manera casual, al caer dentro de él. Grité
aterrada, cuando choqué con un animal, ahogado probablemente. Pasado el
percance, sentí que avanzaba mucho más lento que el día anterior, las aguas
estaban empantanadas, la corriente era tenue no me arrastraba, por lo que tenía
que nadar cuando era posible o avanzar jalándome de ramas y troncos que
abundantemente había en el canal. Para mi suerte la lluvia cesó y las aguas se
definieron mejor en poco tiempo. Al caer la tarde había salido a un río mucho más
amplio, sin ramas ni obstáculos, pero igual de lento en su discurrir. Otra vez
había que buscar un lugar donde pasar la noche. Esta vez los zancudos eran
diferentes, mucho más grandes, cuando los aplastaba dejaban escurrir un buen
chorro de mi sangre produciéndome un escozor que me llevaba a lacerarme la piel
al rascarme. El escozor y el dolor era tal que ya había perdido la noción de
tiempo, espacio y miedo.
Rendida por el esfuerzo y las
noches anteriores en vela esta vez dormí profundamente. No me preocupe por
protegerme, ni buscar refugio. Había arribado a una explanada libre de
vegetación, al salir del agua fue tan grande el cansancio que me extendí en el
suelo pensando en descansar un rato, pero desperté al amanecer. Al alrededor
mío pude ver muchas huellas de animales que no pude identificar pero que
presuntamente rondaron junto a mí en algún momento de la noche. Para mi buena
suerte pude distinguir muy cerca un árbol de plátanos que saciaron en parte el
hambre que mordía mis entrañas. Luego de descansar un rato más, tratando de
ordenar mis ideas, pensé en armar una balsa con troncos que había en el lugar.
Con bastante dificultad logré hacer rodar hasta la orilla del rio a tres
pedazos de árboles caídos, con lianas las amarré y luego de probar su
resistencia, pensé que valió la pena tanto esfuerzo. Cargue en mi balsa un
racimo de plátanos y empuje mi embarcación al centro de la corriente de agua.
El rio estaba torrentoso por lo
que tuve dificultad para poder montarme sobre la balsa. En ese intento perdí
los plátanos y la embarcación comenzó a desarmarse. Los troncos se desamarraron
se separaron y se alejaron, yo quedé sujeta a uno de ellos. Después de todo,
pensé, no estaba del todo mal, avanzaba con mas facilidad que el día anterior.
Con mi cuerpo colgado sobre el tronco dejaba que la corriente me arrastrara.
Muchas veces escuché pasar aviones, con una de las manos trataba de llamar su
atención, pero no me veían y se alejaban dejándome desolada.
Al atardecer de uno de esos días,
ya no recordaba cuantos llevaba metida en el agua, llegué a un sitio que llamó
mi atención. Mi visión borrosa no logró en un primer momento identificar de que
se trababa, pero algo me resultaba familiar y me acerqué. Terminó siendo una
canoa amarrada en la orilla del rio. Frente a ella una pequeña extensión de
playa y a unos pazos una pequeña y rustica cabaña. Nadé con todas mis fuerzas
para salir del cause del rio y me abalancé sobre la canoa, mientras gritaba
llamando con la esperanza de encontrar a alguien que me pudiera auxiliar. No
obtuve respuesta, todo estaba en silencio. Mi primera intención fue subirme a
la canoa y alejarme de allí, sin embargo, me sentía muy débil, me mantenía en
pie con bastante dificultad. Opté por acercarme a la cabaña, buscaba algo que
comer, pero solo encontré un recipiente con gasolina junto a un viejo motor.
Recordé que papá echaba querosene en las heridas de los perros para matar los
gusanos que aparecían rápidamente. Las lesiones de mi pierna y brazo se veían
muy mal, el dolor era intenso y una efervescencia dentro de las llagas no
presagiaban nada bueno por lo que vacié sobre mis heridas la gasolina. Los
cortes se habían infectado de larvas de insectos, que al contacto con el
combustible intentaron meterse más profundamente en la carne, haciéndome ver
estrellas y emitir un grito desgarrador que terminó desmayándome.
Me despertaron voces de personas
paradas junto a mí, pensé que era un sueño. Me levanté y al hacerlo asusté a
los tres hombres que, entre ellos conversaban con evidentes muestras de miedo
en sus rostros. Los saludé y les pedí ayuda, me miraban con desconfianza
mientras retrocedían un paso. Les expliqué que el avión en el que viajaba había
caído, que venía perdida en medio de la selva por varios días. Ellos hablaban
de una diosa del agua que se trasforma en mujer para atraerlos a su hogar bajo
el agua quitándoles la vida ahogados. Yo les suplicaba que me escuchen sin
lograr convencerlos. Me miraban con desconfianza, uno de ellos con una rama me
hincaba para cerciorarse que era real.
Les imploré que me ayudaran,
seguían impávidos a mis súplicas. Continué dándoles más detalles del accidente,
les conté que mi mamá había fallecido y en Pucallpa mi papá me esperaba para
celebrar navidad. Finalmente accedieron a mi pedido, recordaban haber escuchado
en la radio a pilas que llevaban con ellos el suceso en la víspera de la noche
buena. Comenzaron por preparar algo para comer. Revisaron mis heridas y con una
espina arrancaron una veintena de gusanos de mi pierna y otro tanto de mis
brazos. Luego me embarcaron en la canoa y con ahínco remaron sin parar por
varias horas hasta llegar a un pueblo llamado Tournavista. Ahí me atendieron de
urgencia en una clínica local, cuyos médicos ordenaron me evacuen de inmediato en
una pequeña avioneta a Pucallpa, por la gravedad de mis heridas.
El emotivo reencuentro con papá
se dio en el aeropuerto de Pucallpa, quería saber cómo estaba mamá, por mi
silencio entendió lo ocurrido. Los dos lloramos largo rato camino al hospital
de la ciudad. Finalmente él partió con una comitiva del ejército, bomberos,
médicos y guías al lugar que, las personas que me ayudaron en medio del bosque,
dedujeron se encontraban los restos del avión. Luego de algunos días apareció
con el cuerpo de mamá y los restos de algunos pasajeros. Después llegarían los
demás. Las condiciones climáticas continuaban adversas, lo que dificultaba aún
más las tareas de rescate. Encontraron noventa y tres cuerpos de pasajeros y
tripulación de la nave, era la única sobreviviente. La ciudad estaba gravemente
afectada por el accidente, reinaba la consternación entre sus pobladores, muchas
familias lloraban a sus muertos.
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