El misterio de Lala


Había amanecido lloviendo, grandes chorros de agua se desprendían de las calaminas que cubrían el techo de la casa de doña peta. Cubriéndose con un paraguas tras enfundar sus pies en unas botas de jebe, decidió ir al mercado por las compras para el almuerzo dejando al menor de sus hijos de apenas cuatro años de edad, al cuidado de su hermanita algunos años mayor que él. Generalmente era así, dejaba a los pequeños aun durmiendo luego que su esposo partiera muy temprano al trabajo.

Cuando regresó de hacer las compras doña peta solo encontró en la cama a la niña, el pequeño no estaba, despertó a su hija con la premonición de que algo malo había pasado. La niña adormilonada no entendió la angustia de su madre. Doña peta buscó con desesperación por todos los rincones de la casa. No había ningún indicio que el niño pudiera salir, pues las puertas y ventanas estaban bien cerradas. Comenzó a perder la calma al no encontrarlo, así que salió a la calle desesperada sin saber qué hacer. No había rastro de su hijo por ninguna parte, tocó la primera puerta que encontró y como quiera que demoraban en abrir, siguió tocando todas las puertas que había en la cuadra. Como es lógico suponer, alteró a todos los vecinos. Perdiendo la compostura reprimida hasta entonces, se puso a llorar y dar grandes alaridos al no recibir ninguna respuesta positiva sobre el paradero de su hijo

La confusión era tal que nadie entendía lo que realmente sucedía. Unos gritaban, otros lloraban, mientras que los más calmados miraban absortos las expresiones de dolor y desesperación de doña peta.

Llegó hasta la comisaria del sector, luego de gritar por doquier su dolor. El comisario ordenó de inmediato realizar pesquisas por el lugar tratando de encontrar al menor. Toda búsqueda resultó infructuosa. Ya al caer el día, al regresar del trabajo, el padre del pequeño también entró en pánico al recibir tan triste noticia. Entrada la noche se suspendieron las búsquedas, mientras que los vecinos se organizaban para reiniciar las indagaciones al amanecer. Doña peta gemía su dolor acompañada de familiares y amigos que acudieron en su ayuda, quienes tuvieron que sedarla para calmarla.

A la mañana siguiente se reinició la búsqueda, una y otra vez todos los alrededores de la casa fueron revisados sin resultado alguno. No había ningún rastro por insignificante que fuera, que alentara a seguir la búsqueda. Se amplió de a pocos el círculo de pesquisas, igual sin ningún éxito. El desánimo se apoderaba de los voluntariosos vecinos y autoridades que apoyaban esta labor.

Era un misterio el paradero del niño y la confusión inicial se iba convirtiendo en intriga en cada una de las personas que participaban de este hecho enigmático.

Transcurridos varios días del suceso, la mayoría de familiares ya había perdido toda esperanza de encontrar al pequeño, por lo menos con vida y trataban de convencer a la adolorida madre de que asumiera lo irremediable. Ella no lo aceptaba y se culpaba mil veces de ser mala madre por abandonar a su hijo aquella mañana.

De a pocos el pueblo reinició su marcha normal y solo la madre lloraba al párvulo con la esperanza de volverlo a ver. Doña peta deambulaba por las calles del pueblo, preguntando y repreguntando siempre lo mismo a todo el que se cruzaba con ella.

El comisario mientras tanto, intentando borrar todo indicio de las acciones realizadas y por temor a ser reprendido por sus superiores ante la ineficacia de los resultados, la inversión de ingentes horas de sus agentes y el despliegue desacostumbrado en esta clase de sucesos, encargó que el guardia Siles solo dejara la denuncia de la madre asegurando de que su hijo se había extraviado de manera extraña y escuetamente agregaba de que, a pesar del apoyo brindado no fue encontrado. Finalmente se ordenó que se cerrase el caso por falta de pruebas.

En el trabajo, el padre del pequeño fue reprendido por ausentarse sin permiso y conminado a que no repitiese esa clase de actos sin solicitar autorización previa y amenazado de ser despedido si reiteraba en esa acción.

Ya consumados los hechos y cuando muchos comenzaban a olvidar la misteriosa desaparición, sucedió otro hecho aún más misterioso. En la salida del pueblo había un puesto de control de la policía, donde los camiones que entraban y salían dejaban una guía detallada de las mercaderías que trasportaban. En las puertas de este establecimiento la mañana del vigésimo día, apareció un niño totalmente desnudo y lleno de miles de picaduras de insectos por todo el cuerpo, sorprendiendo al efectivo policial que estaba de turno aquel día. Sin saber que hacer, trato de ver con quien había llegado, todo estaba en silencio en medio de la bruma mañanera, nada indicaba que alguien lo acompañara. El niño sonreía, no indicaba sentir temor, tampoco mostraba desnutrición.

El policía le dio al niño, algo de su ración de alimentos y esperó a ver si alguien aparecía buscándolo. Al tratar de saber con quién llegó hasta allí, el niño pronunciaba el nombre de Lala. Por los pocos rasgos que podía distinguir en medio de tantas picaduras, nunca se imaginó que hubiera alguna relación con el niño desaparecido y que en la distancia del tiempo ya se perdía en su memoria.

Al tomar conocimiento del suceso el comisario, mandó llamar a la madre del niño desaparecido una veintena de días atrás, luego de las comprobaciones que se trataba del mismo niño respiró aliviado ordenando que se rehiciera el parte policial, agregando esta vez que fue ubicado el menor extraviado luego de una ardua y paciente labor de investigación por parte de la policía.

Lo extraño del caso es que el menor aseguraba que en todo momento siempre estuvo con Lala, quien era la hermana del niño e hija mayor de doña peta, cuando en realidad la niña nunca se separó de su madre durante los días que estuvo perdido el infante.


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