Carlos Zuker. 1
Carlos Zuker. 1
El reloj grande colgado en la
pared del comedor marcaba las siete con cuarenta y cinco de la mañana, cuando apareció
repentinamente Carlos Zuker para solamente darle un beso en la frente a su
madre y salir corriendo. Me gana la hora, había dicho desde el umbral de la
puerta antes de cerrarla tras suyo. Su madre quedó parada frente al desayuno
que había servido, esperando al joven estudiante que a estas horas corría para
no llegar tarde a clases, suceso que muy pocas veces lograba. El despertador
había sonado varias veces y su madre doña Esmeralda Meléndez se había acercado
a despertarlo, como todos los días, con el mismo resultado.

Ernesto Zuker, hombre de pocas
palabras, pero con muchos amigos, era ejecutivo de un banco local. No era
extraño que en su casa se celebraran opíparos almuerzos, que reunía a
personajes de distintas índoles, oficios y profesiones. Mucha gente lo buscaba
por distintas razones, se comentaba que tenía más poder que el dueño del banco,
entendiéndose como una exageración que no estaba muy distante de la realidad.
El doctor Vicente Noriega era el más asiduo asistente a estas reuniones, médico
de profesión, pero empedernido practicante de comerciante y empresario informal.
Era padrino de bautizo de Carlitos Zuker, a quien en cada oportunidad que había
le hablaba de los negocios que realizaba y las artimañas y trucos que usaba
para agenciarse “un sencillo”, como solía decir.
Este era el último año de
secundaria que cursaba Carlos Zuker y era el alumno con más edad en su
promoción. Alegre y divertido, son quizás los adjetivos que mejor lo describían,
a lo que su madre agregaba “picarón y coqueto”. En unos meses cumpliría la
mayoría de edad y su madre le había prometido comprar para esa fecha, la
motocicleta que hacía buen tiempo venía soñando. Para él no había horarios, ni
normas, ni reglas que no se pudieran romper, alterar o arreglar. La dicción que
tenía, distaba mucho de la que poseía su padre, quien siempre le recordaba
parecerse mucho a la madre. Fiestero como ninguno de sus progenitores, siempre
encontraba algo o alguien con quien celebrar, eso incluía todos los días,
especialmente los fines de semana donde celebraba doble. Le gustaba hacer
deporte y jugaba al fútbol bastante bien, aunque lo podría hacer mejor si
tuviera el físico suficiente. Cuando él jugaba, la mayor parte de los
espectadores eran damas, y entiéndase claramente mujeres de todas las edades,
que dejaban la garganta en la cancha de tanto vitorear las jugadas de Carlos
Zuker.
Amaneció lloviendo y toda la
mañana continuó el aguacero, eso solo sirvió para que Carlos Zuker esgrimiera
una justificación por llegar tarde al colegio. De regreso a casa, cuando ya
caía la noche, traía de la mano a Margarita Zaplana, la hija del farmacéutico,
cuando fue sorprendido por Mavel Rengifo a quien todo el pueblo la conocía como
la novia de Carlos Zuker. De nada sirvió que se soltaran las manos, habían sido
sorprendidos. Carlos Zuker trato de abrazar a las dos chicas, pero las dos al
mismo tiempo lo empujaron. Nadie dijo nada, quien siempre se caracterizaba por
ser muy locuaz, quedó mudo, tartamudeo algo que nadie comprendió y de pronto se
encontró solo. Esgrimió una sonrisa, miró a ambos lados de la calle y al ver
que nadie lo había visto, reinició su camino como si nada hubiera pasado,
pensando en los planes que tenía para la noche.
Margarita Zaplana poseía un
esbelto cuerpo bien esculpido por la naturaleza y el ejercicio que realizaba,
cursaba el quinto de secundaria en el colegio Inmaculada y era capitana del
equipo de vóley de la selección del pueblo. Era reconocida por propios y
extraños como buena alumna y tenía en mente viajar a la capital para hacer
estudios de medicina. En sus ratos libres, que eran pocos, se le veía en el
mostrador de la farmacia de su padre, su sola presencia hacía que el negocio
floreciera y regalaba la más hermosa de las sonrisas a quienes con el pesar de
sus dolencias y receta en mano aparecía por el local. Muy discreta en su
vestir, no necesitaba artilugios para mostrar su belleza. Era pretendida por
Melitón Cartagena, joven no muy bien parecido, hijo de uno de los empresarios más
prósperos del pueblo, quien no escatimaba gastos en regalos, invitaciones y
toda clase de adulaciones que no siempre eran bien recibidas por Margarita
Zaplana. Nunca desaprovechaba oportunidad que había para invitarle a salir, para
lo que siempre recibía respuesta negativa. No se daba por vencido y andaba
siempre atento, buscando una oportunidad para acercarse a ella.
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