La Lupuna
La soledad ataca a todos, si, a todos los mortales. Nadie
se escapa de sus garras. Pero chiquita, no te preocupes, soledad no se combate
con soledad - para eso estoy yo - dijo el Antón a la Bechi, en tono meloso y con
aire de conquistador. Ella sonrió y quitó la mano que el galán tenía cogida.
Tenían varias semanas viéndose a escondidas, casi siempre a
altas horas de la noche, pues a ella la vigilaban constantemente durante el día
para impedirla que se encuentre con este amigo que le llenaba los ojos. Los
padres de ambos no aprobaban esa relación por distintos motivos.
Ella tenía dieciséis años recién cumplidos y consideraban
que era muy niña para andar en amores y sobre todo con una persona diez años
mayor que ella. Él era el menor de los
hijos de una familia de comerciantes emprendedores que manejaban una fábrica de
ladrillos, un grifo de venta de combustibles, una orquesta de músicos muy
requeridos en las fiestas sociales y una granja con ganado lechero; era el
engreído de sus padres que no veían con buenos ojos que se relacionara con la
hija de uno de los brujos más mentados de la región.
Ella se quejaba siempre que nadie la entendía y que se
sentía sola, a pesar que sus padres siempre estaban atentos a todos sus
requerimientos. Vivía siempre en soledad, una soledad que la corroía aún más,
cuando escuchaba a sus padres referirse al causante de sus desvelos de la
manera menos elegante.
Los padres de ambos, en algún momento habían tenido una
riña a causa de un mal entendido en una transacción comercial y eso los
mantenía distanciados a pesar de ser vecinos. El papá de ella lo acusaba de ser
mal comerciante y ladrón, mientras que el papá de él lo tildaba de ser brujo
charlatán, malo y mentiroso.
Se juraron amor eterno una noche de luna llena y se
entregaron en cuerpo y alma bajo unas plantas de plátano cerca de un árbol
gigantesco que cubría los rayos de luz, que la indiscreta luna se empeñaba en
iluminar. El juraba protegerla y estar con ella hasta el final de sus días,
ella lloraba de alegría y sumisa aceptaba las palabras de su amante. Si no
aceptan nuestra relación, te llevaré hasta el fin del mundo, decía con la
firmeza de quien estaba convencido de sus sentimientos.
Estaban inmersos en ese momento mágico, cuando escucharon
la voz del brujo cerca de ellos llamando a su hija. Decidieron quedarse quietos
para no ser descubiertos y contuvieron la respiración, pero de nada sirvió. El
padre de ella ya los había descubierto y se acercaba a ellos con un garrote en
la mano. Ordenó el muchacho que ella corriese a su casa mientras él se
enfrentaba recriminándole por oponerse a su relación, esquivó varias veces los
golpes que iban dirigidos a su cuerpo y no logró entender que decía ya que
pronunciaba frases entrecortadas llenas de odio. Finalmente calculando que su
amada ya estaba cerca de su madre, decidió esquivar el último golpe y echó a
correr con todas sus fuerzas, evitando así enfrentarse al compulsivo padre.

Dos días y dos noches el brujo ayuno, mientras su hija
seguía dormida. Al tercer día, se sentó sobre las hojas marchitas con los ojos
desorbitados, miró a todos lados tratando de orientarse y se puso a llorar,
lloraba inconsolablemente mientras su padre tocaba una música triste en una
flauta construida con madera. Ya al atardecer llamó a su mujer para que
sirviese algo de comer, la mujer trajo plátanos, yucas y un amasijo de hierbas
sancochadas y revueltas. Los tres comieron en silencio. Tras terminar su ración
anunció que deberían de partir al día siguiente con el amanecer a un lugar
lejano. Las dos mujeres se miraron y agacharon las cabezas.
El muchacho había intentado, al día siguiente, acercarse a
la casa de su amada para averiguar qué había pasado luego del último encuentro.
Pero tropezó en el camino, con una enorme serpiente que erguida le cerró el
paso. Sus ojillos vidriosos y rojos despedían fuego, mientras su lengua se
estiraba amenazadora. Regresó a casa pálido y asustado, nunca había visto algo
igual. Sintió náuseas y vomitó tanto que sus padres asustados llamaron al médico
de la familia para que lo atendiera. Al llegar el galeno le tomo el pulso y lo
encontró terriblemente alterado, tenía una respiración jadeante y los ojos
extremadamente dilatados. Le aplicó una inyección para relajarlo y quedó
profundamente dormido en poco tiempo. Al
despertar por la tarde, dio un salto sobre la cama, estaba asustado, sentía
miedo, se acurrucó en un rincón y temblaba. Su madre al verlo en ese estado lo
abrazó y lloró junto a su hijo. Al tercer día salió de su casa a media noche al
sentir el llamado de su amada, más que caminar corría y la voz de la Bechi se hacía
cada vez más intensa. Finalmente la encontró llorando en el mismo lugar donde
días antes habían sido inmensamente felices, la abrazó con fuerza y la sintió
frágil, desanimada y tremendamente desconsolada. La luna alumbraba la escena
claramente y él pudo ver los ojos de ella hundidos, el rostro demacrado. Los
dos lloraban sin decirse nada, los dos estando abrazados parecían una sola masa
deforme y macilenta.
Al día siguiente la noticia corrió por todo el pueblo,
muchos curiosos acudían al árbol alto, espigado y de enormes ramas, todos lo
llamaban “La Lupuna”, estaba en medio de un camino amplio y rodeado de sembríos
bien cuidados de plátanos, piñas y yucas. Quedaba a mitad de camino entre las
casas de ambos amantes. Esa mañana estaba fría y amenazaba llover, corría mucho
viento, lo que daba a la escena encontrada un aspecto terrorífico. De una de
las ramas más bajas del árbol pendían los cuerpos de la Bechi y el Antón, el
viento los balanceaba en una danza macabra. De entre las piernas de ella un
hilo de sangre coagulada descendía y entre las hojas de las plantas cercanas se
veían más rastros de lo que claramente era un aborto.
Cuando fueron a la casa del brujo a darle la fatal noticia,
éste no se inmuto y continuó tocando su flauta con lastimero sonido, más triste
que nunca.
Por la noche cada familia velaba a su ser querido, la
tristeza y la congoja en la familia de Antón era notoria, muchos amigos le
daban el último adiós. En la casa de la Bechi, la situación era distinta, muy
pocas personas, la única que gemía muy discretamente era la madre, sin embargo
se escuchó dar una fuerte maldición al brujo y juraba que su venganza seria
grande -Ya lo verán- decía.
El padre de Antón lloraba a su hijo y gritaba su dolor, cuando sucedió algo inusual que paralizó a todos y se produjo un silencio profundo. Una chicharra daba vueltas por toda la sala produciendo un sonido estridente, giraba veloz como si buscara algo, fueron varios minutos de expectación. En el momento menos pensado se abalanzó directamente a la boca del padre de Antón, introduciéndose en su garganta, todos los presentes lo veían retorcerse ante la falta de aire para respirar, nadie entendía que pasaba, nadie atino hacer nada. Todo fue tan rápido que en cuestión de poco tiempo, el hombre quedó inmóvil, quieto, inerte. Había fallecido por asfixia. Cuando acudieron en su ayuda le abrieron la boca y la chicharra salió lentamente de la cavidad bucal para alejarse tal como había llegado, haciendo un ruido ensordecedor.
El padre de Antón lloraba a su hijo y gritaba su dolor, cuando sucedió algo inusual que paralizó a todos y se produjo un silencio profundo. Una chicharra daba vueltas por toda la sala produciendo un sonido estridente, giraba veloz como si buscara algo, fueron varios minutos de expectación. En el momento menos pensado se abalanzó directamente a la boca del padre de Antón, introduciéndose en su garganta, todos los presentes lo veían retorcerse ante la falta de aire para respirar, nadie entendía que pasaba, nadie atino hacer nada. Todo fue tan rápido que en cuestión de poco tiempo, el hombre quedó inmóvil, quieto, inerte. Había fallecido por asfixia. Cuando acudieron en su ayuda le abrieron la boca y la chicharra salió lentamente de la cavidad bucal para alejarse tal como había llegado, haciendo un ruido ensordecedor.
Cuentan las pocas personas que conocían al brujo, que tenia el poder de transformarse en el animal que desease y que este
dijo que no pararía hasta acabar con todos los miembros de la familia de su
enemigo circunstancial.
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