Amazonas
Muy temprano por la mañana,
Yumbato tomaba su canoa, alistaba su remo y esperaba que llegaran los primeros
porongos repletos de leche que conduciría a la ciudad para comercializarlos.
Esperaba también como todos los días la llegada de Carmen y Mañuco, los hijos
de Don Manuel que se alistaban para asistir a la escuela, ellos viajarían junto
a la preciada carga hasta el muelle, al otro lado del rio. Carmen tenía ocho
años y Mañuco siete, acostumbrados a esta rutina sabían que tenían que
mantenerse sentaditos y quietos, cogiéndose con ambas manos de la frágil
embarcación. En una bolsa de tela impermeabilizada que llevaban colgada del
cuello, colocaban sus cuadernos para que no se mojasen con las gotas de agua
que salpicaban hasta ellos, sus cabellos casi rubios y bien peinados, parecían
flotar con la fresca brisa matinal, mientras el fiel Yumbato comenzaba a remar
sin parar, de un extremo a otro el ancho río. El viaje duraba más de media hora y al pobre hombre le costaba mucho
esfuerzo y abundante sudor.
De consistencia gruesa, cuerpo
musculoso y de piel oscura; tenía brazos fuertes aunque de pequeña estatura;
servicial y siempre atento, llevaba dibujada una eterna sonrisa en su rostro,
curtido por el sol, mostrando sus pequeños y espaciados dientes. Así podríamos
definir a Yumbato, el empleado fiel e incondicional de don Manuel.
Don Manuel era Español de
nacimiento, que arribó por estos lares quien sabe porque designios y mostraba
como mejor cualidad su amor por el trabajo. Esforzado e ingenioso, había
adquirido una extensión de tierras frente a la ciudad de Iquitos y la trabajaba,
junto a un grupo de peones, todos los días para ganarle un poco de espacio a la
tupida vegetación del lugar. De a pocos, en el terreno logrado, iba poblándolo
de ganado vacuno, que producía leche en abundancia que era trasladada a diario
hasta la ciudad, que como dijimos estaba frente al fundo al que simplemente lo
llamaban “La Banda”, por hallarse al otro lado del rio Amazonas.
El rio Amazonas, caudaloso y
ancho, generalmente es pacífico y tranquilo, más cuando llueve y arrecia el
viento, se vuelve furioso y rebelde; se enfrenta a todo el que osa navegar sus
aguas y caprichosamente impide que salgan del centro de su cauce. Aparecen olas
que suben y bajan en un irreconocible vaivén, que simulan un baile de loco
frenesí.
Al final del día, Yumbato parado
en la puerta de la escuela los esperaba, para iniciar el viaje de retorno a
casa; pero ese día algo paso y el buen hombre tardó en llegar. Los niños
impacientes salieron a buscarlo hasta el embarcadero luego de una prudente
espera, en la que solo quedaban ellos parados frente al local donde estudiaban.
Eran más de la cinco de la tarde y el cielo comenzó a oscurecer muy
rápidamente, una tormenta amenazaba con desencadenarse. La canoa estaba en el
embarcadero, por lo que Carmen y Mañuco decidieron esperarlo ahí.
Al cabo de unos minutos que parecían
eternos, apareció Yumbato con un enorme bulto sobre las espaldas, lo colocó al
centro de la canoa, delante del cual ubicó a Carmen y detrás del mismo a
Mañuco. Sentaditos y cogidos con las dos manos se quedaron quietos y comenzó el
viaje. La tarde estaba fresca, demasiada tal vez. Como siempre Yumbato se
acomodaba en la popa, se quitaba la camisa y empujaba la canoa con la punta del
remo hacia el centro del rio para comenzar de inmediato su labor de remar y
remar sin parar. El viaje siempre era en silencio, no se caracterizaba
precisamente Yumbato por ser locuaz y el
esfuerzo que realizaba le demandaba mucha concentración. Era el “Capitán” de su
barco y responsable de sus pasajeros, por lo que conducía la embarcación por
senderos invisibles que tenía grabados en su memoria.
La tarde terminó por oscurecerse,
el viento soplaba desordenadamente, por todos lados, unas veces por la espalda,
que favorecía el viaje y otras por el frente frenando todo lo avanzado, cuando
llegaban los vientos que azotaban por los costados, ponían en riesgo la frágil
canoa, por lo que el experimentado navegante tenía que cambiar el rumbo, dificultando
la travesía y retardando más de lo necesario el viaje. Las primeras gotas de
lluvia no se hicieron esperar y caían sobre sus cabezas golpeándoles repetidas
veces, finalmente se desencadenó un diluvio.
La tarde se convirtió en noche
oscura, tan oscura que no se veían unos a otros y por primera vez a Yumbato se
le escuchó gritar para alentar a su tripulación. Mañuco comenzó a llorar
llamando a su mamá, le siguió Carmen llamando a su papá. El “capitán” les
ordenó que se callasen, porque lo ponían nervioso, la intensa lluvia trajo
adicionalmente otro contratiempo: la canoa se estaba inundando. Buscando bajo
su asiento ubicó un tazón que le dio a Mañuco, pues estaba más cerca de él, y
le ordenó que arrojara el agua. El niño no le obedeció y aumento la intensidad
de su llanto. Como pudo llegó donde Carmen y más que ordenarle le suplicó que
arrojase el agua fuera de la borda, explicándole que él no lo podía hacer pues debía
mantener el remo en actividad.
¡Ya llegamos! Arengaba Yumbato a
los niños, pero en realidad ni él se lo creía. El oleaje se intensificó y cada
vez más llena estaba la canoa, poniéndola en riesgo de naufragar. Carmen
entendió la situación, al ver que sus pies ya estaban anegados, cosa que en un
primer momento no diferenció, pues estaban empapados de pies a cabeza. Soltó una de sus
manos y cogió el coso que de a pocos fue arrojando el agua fuera de su alcance.
Pero por más que arrojaba con todas sus fuerzas el nivel de líquido se mantenía,
la lluvia continuaba y los vientos se incrementaban. Yumbato a estas alturas había
perdido la ubicación, no sabía cuanta distancia faltaba para alcanzar la orilla
y es más no sabía tampoco, cuánto la corriente del rio los había arrastrado.
Cansado y al borde de perder la
calma, apareció la luz. Era Don Manuel que intuyendo el peligro había salido
con un farol, primero al embarcadero y desde allí gritar llamando reiteradas
veces a los navegantes extraviados. Yumbato vio la luz, bastante alejada rio
arriba y contestó el llamado, con un sonido que más parecía un trueno que la
voz de un humano. Un grito de desesperación, alegría, angustia y esperanza al
mismo tiempo, lo hizo una sola vez con tanta fuerza que no le quedó más para repetirla. Fue
suficiente, Don Manuel lo escuchó y corrió por la orilla hacia abajo, al lugar
más próximo a donde había escuchado la respuesta.
Los niños se llenaron de
esperanzas al escuchar la voz del padre y en coro llamaban: papááááá, papááááá,
sin dejar de llorar, aunque ahora lo hacían con algo de alegría y con la
confianza el padre les trasmitía. Yumbato también lloraba, remando con
inusitadas fuerzas recobradas al ver el farol, intentaba gritar y no podía, se había
quedado sin voz en el primer intento, así que cuando podía sujetaba el remo
entre sus piernas y juntando sus manos las soplaba, emitiendo un sonido agudo
que llegaba a los oídos de Don Manuel junto a las débiles voces de sus hijos.
Don Manuel movía el farol mientras continuaba llamando, entre tropezones y
contratiempos propiciados por la espesa vegetación, para sortear un barranco, debió
alejarse de la orilla, pero para su felicidad al volver a esta escuchó la voz de
sus hijos más cerca, continuó corriendo sin medir el peligro, lo que más
deseaba era tenerlos y poder abrazarlos.
Finalmente, la canoa tocó la
orilla, en una zona inaccesible, cubierta de ramas de árboles que impedían salir
del rio. Don Manuel a escasos metros, los guiaba para que pudieran salir con mayor
facilidad, les ordenaba que tuvieran calma, les pedía; ¡Por amor de Dios,
tengan calma!, ya pasó lo peor, tengan calma, tengan calma. Su voz ronca,
sonora, potente, juvenil, se quebró, lloraba junto a sus hijos y agradecía a la
Santísima Virgen por haberlos ayudado. Yumbato continuaba luchando con las
aguas, debía sacar su nave del rio, por lo que jalaba con todas sus fuerzas la frágil
canoa hacia la playa, al verlo Don Manuel, dejó a los chicos en el suelo y
acudió en su ayuda. Cuando amarraron la canoa a un árbol, los dos hombres se
dieron un fuerte abrazo, no podían hablar pero entendían el agradecimiento
mutuo.
¡Vamos! Ordenó don Manuel, mientras
cogía a sus hijos y Yumbato se ponía el enorme bulto al hombro. ¡Vamos, ya todo
terminó! y se marcharon en medio de la noche, la lluvia y la distancia.
Comentarios
¡Saludos!
A presto
Recién di con tu blog, gracias a blogs amigos y ha sido todo un placer.
Saludos.
Saludos desde Paris.