Parapente
En el centro de Lima un cálido sol abrigaba la mañana desde
muy temprano, pero al llegar a Miraflores una fría y húmeda brisa nos recibió
al descender del vehículo. Nos reuníamos catorce personas para salir de Lima
hacia el sur, para vivir la experiencia de volar en parapente. Una hora después
hacíamos la primera parada en una estación de servicios para abastecer
combustible a los vehículos, comprar bebidas y algunas galletas. Media hora
después instalados al pie de unos cerros, en una especie de base de operaciones,
cuatro personas del grupo se movilizaban con precisión profesional,
desempacando y trasportando el equipo hacia un lugar aún más alto en una
cuatrimoto que remolcamos en nuestro trayecto. Al desempacar pudimos ver las
telas multicolores que servirían de alas para volar. La emoción embargaba al
grupo y nadie se atrevía a comentar más allá de que todos coincidíamos en que
era nuestra primera vez en esta experiencia.
Colocaron sobre mí el resto del equipo mientras continuaban
las indicaciones sobre lo que debíamos y lo que no debíamos hacer antes,
durante y luego del inicio del vuelo. Probaron la radio y por ella deberíamos
recibir las indicaciones durante la permanencia en el aire. Una dama que
resultó siendo extranjera, por cuarta vez preguntaba si podía volar acompañada,
le dijeron que no, que se calmará y observara lo que hacían los demás.
Finalmente la hora de la verdad llegó. Premunido del equipo
completo, terminada la explicación de cada una de las amarras y las funciones
que deberían de cumplir, el instructor solo añadió: lo peor que puede pasar es
que no tengamos aire y tengamos que esperar un poco para el despegue. El aire
llegó y comencé a caminar a la vez que las velas se inflaban, debería de correr
con todas mis fuerzas y de pronto fui levantado y el vuelo comenzó. Un silencio
total me embargaba, mis sentidos a punto de estallar de felicidad. No había
miedo, era satisfacción, placer, gozo, éxtasis, lo que sentía. El zumbido
producido por el viento al chocar en las correas deleitaban mis oídos, mi vista
se recreaba con un hermoso paisaje frente al mar de San Bartolo y Punta Negra,
mi piel era acariciada suavemente por la humedad de la brisa, me sentía
caminando sobre algodones, causando en resumen una satisfacción total que fue
rota por la voz que llegó por la radio para decirme que había despegado bien y debía
seguir con las indicaciones, un poco a la derecha, ahora un poco a izquierda,
sube las manos, mantenlas ahí, vas bien,
baja las manos, bájalas más, bien, ahora vas tocar tierra, atento, ya baja las
manos y corre. Todo terminó, había vivido un siglo, muchos años de placer en
pocos minutos. Otro joven en la cuatrimoto llegó al sitio del aterrizaje para
ayudarme a recoger el equipo mientras yo levantaba las manos y saltaba de
alegría.
Comentarios
Besos mentales.
Para mí es de interés que dejes algún comentario, para conocer tu opinión, pero sólo si tenés ganas, mi espacio es muy libre y respetuoso.
Veo que hace bastante que no subís entradas nuevas, es una pena porque escribís muy bien. Me gustó mucho tu experiencia con el parapente, bien descripta.
Un saludo desde Buenos Aires.
y si la vida, es, una especie de recopilación del pasado, casi siempre, somos lo que la historia que vivimos!
un bello trabajo, que envidio, sinceramente, por el manejo de la prosa, cuestión que por mi ignorancia, no, no se hacer...
un abrazo fraterno,me quedo!
lidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com.ar
un abrazo
fus
UN ABRAZO