Perro pícaro
En el patio
trasero de la casa vivía Ruso, un perro que al igual que Esmeralda, siempre
tenía muy poco que hacer y repetía una rutina diaria aprendida desde cachorro.
Por la mañana Ruso ladraba junto a la puerta que daba acceso a la cocina, daba
una vuelta completa a la casa y luego repetía el ladrido un poco más fuerte.
Sentado debajo del pequeño techo que construyeron sus amos para protegerlo de
las lluvias, esperaba que le lleven el desayuno. Esmeralda lo saludaba, con la
misma ternura que brindaba a su hijo. Se pasaba la mañana Ruso, durmiendo hasta
que le llegaba el almuerzo, momento que Esmeralda conversaba con él y le
contaba sus preocupaciones y desdichas, mientras devoraba la comida que siempre
era abundante.
La mayor ocupación
que tenía Esmeralda, era la de limpiar su casa, claro, después de cocinar para
que muchas veces comiera sola y lavar la ropa que siempre era abundante a pesar
que eran pocos en casa. Muchas veces volvía a lavar la ropa ya lavada, solo
porque encontraba alguna pequeña mancha que se resistiera a la primera lavada.
- Estas grande
y fuerte perro dormilón – le repetía todos los días.
Finalizado el
almuerzo el perro seguía a Esmeralda hasta la puerta de la cocina, donde,
también todos los días, le repetían que no podía entrar. Impedido de hacerlo,
salía al patio delantero y se acomodaba para una pequeña siesta que era
interrumpida ocasionalmente por algún transeúnte desconocido que osaba
acercarse a la reja.
Cuando había
reunión de amigos en casa, a Ruso le colocaban una cadena en el collar que
siempre portaba, lo hacían para que no entrara a la casa, más que por temor a
que lastime a alguien. Todos conocían a Ruso y sabían de sus habilidades y
virtudes que eran exageradas por Esmeralda en las tertulias con los convidados.
Todos entendían que, para Esmeralda, Ruso era un hijo más. Carlos, el hijo de
Esmeralda, entendía el amor que su madre sentía por el perro y no se incomodaba,
por el contrario, muchas veces bromeaba diciendo que Esmeralda tenía dos hijos
perros.
Sin embargo,
Ruso tenía un gran secreto que se descubrió un buen día. De pronto sin que
nadie supiera cuando, ni porque, por las noches los ladridos de un perro
desconocido molestaban en el vecindario. Ruso se mostraba inquieto con los
ladridos y daba vueltas alrededor de la casa, Esmeralda se acercó más de una
vez a conversar con él, tratando de calmarlo.
Una agradable mañana
de clima fresco que tenía a Esmeralda de buen humor, al salir al patio le llamó
la atención un quejido extraño en la huerta de lo que supuso era emitido por un
cachorro. Al tratar de afinar su oído para percibirlo mejor, desapareció el
sonido. Pensando que se trataba solo de su imaginación decidió alejarse para
continuar con sus obligaciones. Sin embargo, al volver a escucharlo regreso al
lugar donde Ruso estaba acostado.
Se acercó Esmeralda a Ruso y lo quedó mirando. El perro también
la miró fijamente sin pestañar, el cuello levantado y la cabeza inmóvil. No
pudo percibir nada extraño por lo que nuevamente se alejó. Pero esta vez a
diferencia de las anteriores veces, el quejido se hizo más prolongado.
Esmeralda volteó a ver a Ruso, quien trataba de esconder algo detrás de él sin
conseguirlo. Esmeralda pudo distinguir claramente la presencia de un cachorro
con pocos días de nacido. La conducta displicente se tradujo de inmediato en un
huracán.
Al verse descubierto, el perro ladró varias veces de una
manera que Esmeralda no conocía. Al poco rato apareció ante los ojos de Esmeralda, algo que la sorprendió tanto que gritó tan fuerte que todo el
vecindario la escuchó. El ladrido de Ruso continuaba monótono y persistente. Los
ojos dilatados de Esmeralda parecían que se iban a salir de sus orbitas. Su
sorpresa era tal que no atinaba a expresar palabra alguna solo gritar, gritar muy
fuerte.
No era un cachorro, eran tres los cachorros que se movían
entre el cuerpo de Ruso. Ellos buscaban algo y el perro solo atinaba a lamerlos
cariñosamente. Esmeralda a punto de desmayarse, y luego de elucubrar algún momento,
increpó:
- ¿Ruso, perro pícaro que has hecho? ¿De donde has sacado esos cachorros?
Como respuesta a su soliloquio obtuvo un ladrido más suave,
amoroso diríamos, mientras que con el movimiento de su cola trataba de mostrar amabilidad.
Escondida entre unos trastes, Esmeralda descubrió a la cómplice de los ladridos
nocturnos. Una perrita color caramelo apareció con el rabo entre las piernas y se dirigió al grandulón de Ruso, con maternal cariño se acurrucó junto a
las crías.
Luego se descubriría que Ruso había aprendido a salir de
casa por las noches por una abertura pequeña en la reja que daba a la calle. En
casa nadie lo sabía, pues él se encargaba de camuflar la salida a su retorno.
La familia había crecido y nadie comprendía de donde apareció
la pareja de Ruso. Tras algunas averiguaciones se supo que la flamante
compañera del galán era la que por las noches alteraba al vecindario con sus
ladridos desde su llegada. No tenía dueños y rondaba por los alrededores atraída
quien sabe por qué designios.
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