El último viaje de Pedro el camionero
Pedro conversaba con Ana su esposa y en medio de aquel diálogo dejó entrever su preocupación por su futuro y el de sus hijos. Ya al filo de la media noche y luego de haberla amado con la misma devoción de siempre, le dijo que dejaba una nota sobre su tocador con indicaciones que debería realizar durante su ausencia, dejó entrever, además, que su ausencia esta vez sería más prolongada que lo acostumbrado en sus rutinarios viajes como conductor de camión que siempre lo tenía viajando.
Ambos se pusieron de acuerdo que aprovechando las vacaciones
escolares él llevaría a los tres niños, hijos del matrimonio, de paseo por unos
días. En todo momento Pedro mostraba cariño abnegado por su prole. Ana, a pesar
de lo tarde que era, acomodó con maternal cariño los enseres que llevarían los
pequeños al paseo.
Ana, al levantarse a la mañana siguiente, luego que Pedro y
sus hijos partieran de madrugada, vio la nota junto a sus cosméticos y sin
darle mayor importancia la guardó sin leerla y se olvidó del asunto. Había
decidido aprovechar los días libres para dedicarlos a ella, por lo que,
lo que dijera la nota debería esperar.
Pedro se mostraba siempre sonriente y alegre. Solía reírse
de todo y sobre todo de sus propios defectos que él solía magnificar. Este
carácter bonachón mortificaba a Ana, quien siempre respiraba aliviada al verlo
partir. Los años que llevaban juntos parecían ir distanciándolos en vez de unirlos.
Ambos lo sabían, pero no era tema de conversación. El amaba a su mujer y se lo
decía siempre que estaba a su lado; ella le repetía lo mismo cuando podía, aun
cuando eran más distanciadas esas expresiones de afecto. A pesar de las
diferencias, familiares y amigos los consideraban una pareja feliz.
El hogar estaba establecido en Huánuco, una ciudad que estaba
en el centro de la ruta que recorría Pedro en su camión. Uno de los extremos
era Lima, la capital, y en el otro extremo estaba Pucallpa, una ciudad lejana
por la que Ana nunca mostro interés de conocer. Así de esta manera tanto de ida
como de venida, Pedro estaba unas horas junto a sus hijos y su amada esposa.
Al salir de madrugada, normalmente y sin contratiempos
deberían haber llegado a su destino a media noche. Sin embargo, algo pasó en el
camino y arribaron a Pucallpa cuando el día ya había empezado a clarear.
En el trayecto, los niños fueron acomodados sobre la carga
que llevaba el camión. Una colchoneta y algunas frazadas estiradas sobre las
bolsas de azúcar, les permitía disfrutar del viaje con comodidad.
Al llegar a Pucallpa Pedro estacionó el camión frente a la
puerta de una casa, en cuyo jardín bien cuidado se encontraba parada una
hermosa y joven mujer con un niño de pocos meses de nacido en sus brazos. Al
descender Pedro del vehículo, la estrechó en un prolongado y cariñoso abrazo,
luego cogiendo al niño ingresaron al domicilio tomados de la mano. Era un
segundo compromiso que Pedro no se molestaba en ocultar y en el círculo de
amigos que frecuentaba en este lugar, alardeaba de haber encontrado al
verdadero amor de su vida.
Se acariciaron y besaron por un largo rato y luego la amó con
una furia juvenil, casi salvaje, que marcaría para siempre a la joven mujer.
Después de esto, Pedro le pidió a su amante que le preparase un caldo de gallina,
la mujer accedió de buena gana y vistiéndose de inmediato partió al mercado en
busca de los ingredientes para preparar el plato antojado.
Cuando volvió de hacer las compras encontró la puerta del
domicilio cerrada por dentro con tranca. Esto llamó su atención, más aún cuando
le advirtió que llevaba llave para no molestarlo a su regreso. Supuso que Pedro se había quedado dormido
tras el viaje de toda la noche y la faena adicional que acababa de realizar.
Sin saber que hacer se sentó en el jardín luego de tocar la puerta
varias veces con insistencia. Al cabo de una hora y colmada su paciencia fue a
buscar ayuda para abrir la puerta. Los intentos de los voluntariosos vecinos
resultaron infructuosos por lo que decidieron romper la puerta pasado el medio
dia.
Lo que encontraron fue de terror, Pedro yacía sin vida sobre
el lecho con un espumoso líquido derramando de su boca. Junto a él, el bebé estaba
tapado con una almohada y las colchas que había sobre la cama.
La llegada de la policía a los pocos minutos atrajo la
presencia curiosos que no lograban entender los gritos desgarradores de la
mujer. Un palomilla del barrio que había trepado al camión cayó al piso dando
un grito espantoso, decía que en el camión había varios muertos. Efectivamente,
la policía certificó que los tres niños que partieron alegres la mañana
anterior desde Huánuco, también habían bebido alguna sustancia que acabó con
sus vidas, ya que presentaban la misma espuma en la boca como la que
encontraron en Pedro.
Mientras tanto en Huánuco Ana, al despertar por la mañana,
sintió un escalofrió que recorrió su cuerpo produciéndole un ligero
desvanecimiento. Sobrepuesta de este malestar se acordó de la carta que su
marido dejó y se apresuró a buscarla, lo que encontró fue una breve despedida
que tardó en entender. La carta decía: “Ya no tendrás que fingir lo que no
sientes realmente, con el cariño y el amor que siempre profesé por ti. Hasta
siempre, hasta nunca. Pedro”. A los dos días le llegó la verdadera y escalofriante
noticia.
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