Los pastores
Eduardo estaba al mando del
elenco y estaban ensayando desde hacía varias semanas, lo hacían con ahínco y
con esmerada dedicación que quienes los veían los admiraban y con ansias
esperaban la sorpresa que tenían acostumbrados a su asidua concurrencia.
La confección de los disfraces
era tarea que se ejecutaba como secreto de estado, muchos de los integrantes
del grupo solo asistieron para la toma de medidas e ignoraban lo que resultaría
al final. Los ensayos de las coreografías eran por separado y solo al final ensamblaban
toda la presentación. El ritmo lo marcaba Eduardo, con una flauta y un tambor,
quien a la vez daba ordenes y corregía con firmeza la mas mínima equivocación.
Desde hacía algunos años diversos
barrios del pueblo se enfrascaron en una ardua competencia de comparsas de
baile en honor al Niño Jesús que comenzaba una semana antes de Navidad y
culminaba el 6 de enero para la bajada de Reyes.
Eduardo para variar, era artesano
ebanista que decía tener la vocación de José el padre de Jesús y en cada uno de
sus trabajos dejaba su huella religiosa impregnada. En diciembre prácticamente abandonaba
sus labores para dedicarse por entero a formar el grupo coreográfico artístico para
la competencia de fin de año. Era tanto el fervor religioso que estaba seguro
que a pesar de todo nunca en su mesa faltaría comida para sus hijos. Y así era,
en Navidad sobraba comida y algunos regalos que repartía entre los niños que
consideraba mas necesitados en el pueblo, quienes acudían en su busca la víspera
de la fiesta. Para Eduardo lo que pasaba en estas fechas eran la prueba
palpable que en realidad Jesús nacía cada año en Navidad y predicaba con hechos
lo que su fe le mandaba.
Llegado el momento, tras el
almuerzo dominical, comenzaban a aparecer los primeros disfraces que llevaban adheridos
el nombre del que lo usaría ese año. Eduardo se encargaba de que estas entregas
fueran un ritual de compromiso. Los participantes estallaban en estrepitosas
muestras de júbilo, gritos, vivas y hurras que llenaban el lugar. Todos se sentían
orgullos del papel que desempeñarían. La casa de Eduardo se convertía en un
mundo distinto donde todo era algarabía, color y calor humano.
Luego de los últimos detalles en
el ensayo general estaban listo para partir a la gran misión que se habían impuesto.
Con las primeras horas de la noche se abrían las puertas de la casa de Eduardo,
donde aglomerada una muchedumbre esperaba la aparición de “Los Pastores”.
Los Pastores, eran parte
importante en la celebración de las Navidades en el pueblo donde por lo menos
diez agrupaciones se disputaban la simpatía de los pobladores y donde cada uno
a su manera expresaba su cariño y aprecio al niño recién nacido, como lo
hicieran alguna vez en Belén los pastores que tuvieron la dicha de ver al
verdadero hijo de Dios nacer en un lejano pesebre.
Delante de la comparsa aparecía
un ángel de enormes alas muy blancas seguido por un séquito de voluntariosos jóvenes,
provistos de pitos y matracas, simulaban los pastores que iban a saludar al
niño Dios y que siempre eran los más bullangueros. Detrás de ellos desfilaban
actores improvisados disfrazados de animales y acompañados de algunos animales
reales, como gallinas, pavos, conejos, perros y hasta gatos. Esta vez habían conseguido
un caballo viejo y remolón que no quería avanzar al compás de los danzantes,
sino que imponía un paso retrasado lo que dificultaba mantener el grupo unido.
Cerraban el desfile los tres Reyes Magos que para verse mas grandes que los demás
se habían ingeniado unos zancos no muy largos atados a las piernas y
disimulados con largos pantalones, ellos extraían caramelos de unos cofres que
llevaban en las manos y los repartían a los niños que se les acercaban. No
faltaba la estrella representada por un enorme farol con larga cola.
Durante dos semanas, todas las
noches los pastores eran el deleite de grandes y chicos en las calles del
pueblo. Curioso era el momento que por casualidad o a propósito se encontraban
dos comparsas en un mismo lugar. Ambas trataban de mostrar lo mejor de sus
ensayos llegando al grado de exageración que dejaba embelesados a los
asistentes. Muchas veces rodaba la brillante estrella por los suelos en estos
encuentros.
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