Después de la fiesta
Amaneció Carlos Zuker echado sobre su cama, con la ropa que llevó puesta en la fiesta de la noche anterior. Lo primero que sintió fue que la cabeza le iba a estallar, luego el más mínimo movimiento le causó dolor intenso en todo el cuerpo. Intentó recordar que había pasado en las últimas horas y no lograba entender nada. Una inusitada alegría le causó saber que estaba en casa. El silencio reinante no le gustaba, intentó llamar a su mamá, pero de su garganta no salió sonido alguno, solo dolor. Intento seguir durmiendo, pero no podía. Comenzó a sentir pánico, más aún cuando intentó levantarse y el dolor lo impidió. El costado derecho de su pecho estaba hinchado, fue entonces que comenzó a llorar en silencio para que sus padres no le escucharan. ¿Qué les diría? le martirizaba pensar. Lloró bastante y se quedó dormido hasta que su madre se acercó para invitarlo a almorzar. Vio el reloj de su brazo, eran las tres de la tarde, con dificultad se levantó y caminó al baño. Él sabía que su madre tomaba frecuentemente medicina para el dolor de sus rodillas, a ellas se dirigió y tomó tres pastillas con desesperación.
Luego de ducharse por más de media hora, apareció
en la mesa cuando su padre ya se había levantado. Trató de excusarse con su
madre diciendo que en el partido de la tarde anterior se había caído y también
que le habían golpeado en una jugada. El sonido que afloro con su voz alarmó a
su madre, quien le miraba con dulzura y preocupación sin animarse a decir lo
que sentía. Como pudo regresó a la cama, su madre y él sabían que el descanso
era la mejor medicina.
– Carlos
volvió a beber en exceso, está abusando de mi paciencia – se limitó a decir.
Esmeralda Meléndez, tenía la mirada perdida en el vacío.
Al día
siguiente lunes, Carlos Zuker, no logró ponerse de pie y se dejó caer en la
cama. No lo volvió a intentar y se quedó dormido. Llegó hasta él su madre con
un vaso de jugo de naranjas intentando despertarlo, pero no lo logró. Parada
frente a la cama del hijo suspiró, acarició sus cabellos y se retiró dejándolo dormir
todo el día, Esmeralda Meléndez ya estaba acostumbrada a estos trajines y
desordenes del hijo amado.
Por la tarde,
despertó con mejor ánimo, recurrió una vez más a las pastillas de la madre.
Salió al patio trasero de la casa donde había un pozo, encontró a dos personas trabajando
en el jardín. Se acercó a ellas con sigilo, porque el dolor aún limitaba sus
movimientos y porque al no poder hablar fuerte, decidió acercarse para
preguntar por su madre.
– ¡Ave María
bendita! – exclamó una de las mujeres.
– ¿Qué te pasó
hijito? – preguntó la otra mujer, con los ojos tan abiertos que parecía se iban
de la cara.
– ¡Nada, nada!
busco a mi mamá – dijo con una voz aflautada que alarmó aún más a las
sorprendidas mujeres. Incómodo por la reacción de estas personas, se retiró
lentamente tal como había llegado.
El día siguiente
amaneció soleado, el calor de la mañana mejoró el estado de ánimo de Carlos
Zuker y se sintió mucho mejor. Pensó en la medicina que estaba tomando a
escondidas y en qué le diría a su madre cuando ésta note la sustracción. Antes
que le llamen para tomar desayuno ya estaba sentado en la mesa, bañado, peinado,
con el uniforme escolar bien puesto. Cuando su padre se acercó le mostró la
mejor de sus sonrisas que se quedó congelada cuando como respuesta al saludo
dijo:
– Los zapatos
están sin lustrar –
Respiró
profundamente, no respondió por temor a que notará el cambió de su voz, pero se
alegró que se fijará en sus zapatos y no en su cara que aún estaba ligeramente
hinchada. Mientras sorbia el café, Ernesto Zuker habló de la llegada de altos
funcionarios del banco al trabajo. Mencionó las declaraciones hechas por el
presidente de la república y las acciones que beneficiaran a los empresarios
del país. Algo dijo sobre el clima del mundo y finalmente cogió el cartapacio
que siempre lo acompañaba, dio un beso en la frente de su mujer, una palmada en
la espalda del hijo y se retiró.
– Que tengan
buen día – fue la despedida, levantando ligeramente la mano desde la puerta de
la casa.
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