El Gringo
Recuerdo,
cierro los ojos y vuelvo a vivir. Llegan a mí, la fragancia que trae el viento,
el olor a hierba fresca recién cortada, el calor de la tarde, la risa de mis
amigos, los colores del atardecer, el color de nuestras casas y el color de mi
cometa.
Estábamos
en Agosto y por esta época todos los años llegaban los hijos del gringo Eglinton,
un hombre delgado y de eterna sonrisa que vivía con su esposa y la mayor parte del
año acompañado de dos enormes perros muy flacos como el dueño, excepto en esta época
cuando sus dos hijos llegaban desde Inglaterra a visitarlos. ¿Dónde queda
Inglaterra? Pregunté una vez en casa y me dijeron, muy cerca de España…ummm y ¿dónde
queda España?, donde nació el abuelo, escuche decir.
Después
de almuerzo, el calor era intenso, los mayores hacían la siesta, por lo que era
la mejor hora para nosotros. Todo estaba permitido, nuestras casas nunca se
cerraban y todos entrabamos y salíamos a la que quisiéramos. Sentado en el
suelo el “gringo”, que era como llamábamos a nuestro ilustre visitante, se
dedicaba a atender nuestros requerimientos. Al parecer él nos entendía, pero
siempre nos respondía en inglés, idioma que nadie entendía y que solo nos
causaba risa por la forma que lo pronunciaba. Comprábamos el “papel cometa” en
la tienda de doña Lucha, a peseta el pliego y el vuelto en caramelos.

Esa
tarde me tocó ser el último en recibir el juguete, era la más grande, la más
vistosa y la más colorida. Había usado para las alas y para la cola los retazos
de papel de los demás trabajos, era para él un experimento que le dio placer
hacerlo. Se paró levantando la cometa que era de su tamaño, corrió un poco y todos
quedamos boquiabiertos cuando el viento la levantó con suavidad y balanceándose
de un lado a otro comenzó a tomar altura. Jugó con ella un rato, quitándole y dándole
“hilo”, sonreía y saltaba de alegría, luego me llamó por mi nombre y me entregó
el ovillo que sostenía la envidia de todos los chicos del barrio. Uno por uno cogía
un momento mi cometa y se retiraban sin que yo me diera cuenta. Ya atardecía
cuando escuché la voz de mi madre, decidí ignorarla un poco y el tiempo voló.
Te
tienes que bañar, escuche decir a mis espaldas y ahí estaba también mi madre embelesada
con el objeto que volaba para el deleite y placer de quien tuviera la suerte de
ver tan bello espectáculo. La cometa cascabeleaba con el viento “pidiendo más
hilo”, yo la complacía y desenredaba el ovillo sin medir consecuencias. De
pronto el hilo se soltó de mi mano y se alejó de mi alcance en un abrir y
cerrar de ojos. Corrí tratando de recuperarla pero ya era tarde, no logre
asirla.
A
la distancia el hilo se enredó en alguna rama de árbol distante y ahí se detuvo.
Siguió volando con elegancia, la noche estaba llegando, mi madre cogió mi mano
y los dos consternados nos alejamos.
Así es la vida pues...
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:) saludos