Josha
Los días parecían todos
iguales para Josha. Trabajaba todos los días con el mismo ahínco y sumisión, desde
la primera vez que llegó a casa de la familia Martell. Era chofer de la señora,
de los niños y del negocio. Además, hacia los mandados del señor Martell y se
quedaba al mando del negocio cuando este tenía que ausentarse para ver algún cliente.
Parte del trabajo era acompañar a los clientes del señor Martell, cuando estos tenían
que ser trasladados a otras ciudades cercanas. No importaba la hora, siempre
estaba a disposición, sea mañana, tarde o noche.
Josha era alto, delgado y
desgarbado, su caminar simulaba una marcha. Sentado al volante, con la espalda
recta, las manos firmes y parejas, la vista fija hacia adelante, optaba por una
pose estática, ceremonial. Pocas veces sonreía, su rostro adusto y melancólico iba
a tono con los menesteres que se la encargaba.
El negocio de la familia
Martell promocionaba atención esmerada y personalizada las 24 horas del día, con
un cartel muy grande en la fachada del local. Dos veces por semana, Josha se
quedaba a cargo del negocio por las noches y se comentaba que en estas fechas
eran cuando más ventas se hacían.
Contaba Josha, como la
cosa más normal del mundo, que en una oportunidad había que trasladar a un cliente
a un lugar distante dos horas desde la ciudad donde estaba el negocio del señor
Martell. Partió pasada las diez de la noche, conducía como siempre a una
velocidad prudente y constante. La carretera era solitaria y muy de vez en
cuando otro vehículo se cruzaba en sentido contrario. Luego de una hora de
viaje aproximadamente, sintió en la nuca una mano que lo cogía fuertemente. Sin
perder la compostura disminuyó la velocidad y se estacionó en la orilla de la carretera,
mientras sentía que la presión en la nuca desaparecía. Volteó para ver a su acompañante, éste
descansaba tranquilamente. Al llegar a su destino. Hizo las coordinaciones del
caso y luego volvió para llegar antes del amanecer.
En otra oportunidad contó
que trasladaba a otro cliente del señor Martell, por un camino sinuoso que le impedía
tomar velocidad, por lo que calculaba que el tiempo que le tomaría sería mayor
al que había calculado. Un percance en el vehículo lo detuvo en medio del
desolado lugar. Las luces del auto se habían apagado y la noche oscura no le permitía
ver nada. Tras detenerse se percató que el cliente descansaba tranquilamente en
la parte posterior. Para poder sacar sus herramientas, no le quedó mas remedio
que bajar la caja que llevaba y colocarla con mucho esfuerzo en el suelo. Tras
levantar el capó, introdujo su larga figura en el motor y a tientas recorrió de
memoria cada una de las posibles fallas. La encontró fácilmente y luego de
colocar el cable suelto del distribuidor, vio que las luces se habían restablecido.
Fue a guardar las herramientas en la parte posterior del auto de donde las había
extraído y se dio con la sorpresa que el cajón que había bajado al suelo estaba
en su lugar. Como siempre sin perder la compostura, vio que el cliente
descansaba tranquilamente, cogió el volante y en esta oportunidad las curvas
del camino no le impidieron acelerar tanto que llegó con mucha mas antelación
de lo previsto.
Josha, estaba de turno esta
noche y le acompañaba Alfredo, un sobrino de la señora Martell que tenía fama
mal ganada de flojo y dormilón. En el negocio, los productos eran exhibidos de
manera ordenada y diríamos que atractivamente. Tenían productos de madera fina
forrados con caras sedas, hasta artículos sencillos y de bajo costo. Cerca de
la media noche aparecieron varias personas de rostros enjutos y tras averiguar
precios, optaron por el artículo más caro. Mas cuando se acercaron a revisarlo,
salieron despavoridos. La displicencia de Alfredo, arruino un buen negocio esa
noche, dormía dentro de uno de los cajones que se exhibían. El señor Martell vendía ataúdes y los clientes que trasladaba Josha, siempre
descansaban en paz, eran difuntos.
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