Aprendiendo
Aprendimos a vivir
libres, a pesar de la presión que ejercían sobre nosotros. Oswaldo hacía que
cada castigo fuera un juego. Nos enseñaba a tener valor y ser fuertes ante las
adversidades que nos tocaba vivir. Los mejores momentos eran cuando nos
alejábamos de la casa o cuando llegaba la noche y nos quedábamos profundamente
dormidos por el cansancio y la ilusión de alejarnos lo más lejos posible de
nuestros “protectores” al día siguiente.
La señora que me
entregaba el pan por las mañanas, me daba adicional-mente dos panes que los
colocaba en cada uno de los bolsillos de mis pantalones. Al llegar a casa lo
primero que hacía era esconderlos en algún lugar para poder comerlos más tarde,
a media mañana, en compañía de mis hermanos. Trágico fue el día en que me
olvidé esconderlos y la tía los descubrió en mi poder. Armó tremendo escándalo,
me cogió de las orejas y a rastras me llevó al corral, allí cogió una varita
delgada de cuero enroscado y seco, con la que me castigó despiadada-mente Gritaba
muy fuerte, diciendo que se avergonzaba de tener delincuentes bajo su techo. Yo
lloraba y pedía ayuda desesperada-mente sentía que me arrancaba un pedazo de
piel ante cada descarga de su ira. Intervino el tío Bernabé, para calmar a su
descontrolada conyugue. Pidiéndome que entendiese que lo que había hecho estaba
mal y que nunca más repita una acción así. Por más que repetía que me habían
regalado esos dos panes, nadie quería entenderme. Miguelito que se había
despertado con la bulla, corrió para abrazarme por la cintura, no lloraba,
temblaban sus quijadas y con su cuerpecito trataba de evitar que me sigan
castigando. Oswaldo, solo se acercó a mi cuando me soltaron, para abrazarme un
rato en silencio y luego atender a nuestro hermano menor. Cogió un balde con
agua y remojó nuestras cabezas. Repetía suavemente “ya pasó”, “ya pasó”. En
realidad pasó una vez más un acto injusto y Oswaldo se encargó de devolvernos
la confianza y la seguridad otra vez. “Pronto vendrá mi papá, para llevarnos de
aquí” nos dijo y procuró hacernos sonreír, echándonos agua a la cara.
Los días se
volvieron lentos y rutinarios, cada vez nos sentíamos más solos. Nuestros
primos casi no jugaban con nosotros y si lo hacían era para meternos en
problemas. Nuestra aliada seguía siendo la señora de la cocina, quien luego de
la zurra que me cayó, me regaló un alfeñique grande mientras me daba un fuerte
abrazo, secando una lágrima a escondidas, que no pudo contener.
Por la tarde
deberíamos de ir a traer camotes y hojas de maíz para los animales. La tía nos
pidió que cortáramos unas cuantas “cañas de azúcar” en el camino, “de
preferencia las que son negras y gruesas”, nos dijo. Partimos después de
almorzar, José nuestro primo insistió en acompañarnos, su mamá aceptó. Traía
José un frasco de vidrio en las manos, no sabíamos que intenciones traía y
tampoco le preguntamos, intuíamos tal vez que nada bueno nos esperaba. Camino a
la chacra, el arenal era grande y en él vivían varios bichos entre los que
siempre veíamos algunos alacranes pequeños que nosotros los aplastábamos
intencionalmente a nuestro paso. A nuestro primo se le había ocurrido ir
juntándolos uno por uno. Molestaba al alacrán con un palito y cuando éste
atacaba, procuraba que clavara su aguijón en la madera, de inmediato destapaba
el frasco y lo sacudía dentro. Cuando el bicho se daba cuenta ya estaba
prisionero junto con otros sujetos de su misma especie, luchando contra la
pared de vidrio, tratando de salir del encierro. Esta operación le demandaba
mucho tiempo por lo que al llegar a los sembríos de camote, cogimos los
primeros que encontramos, sin avisar a sus propietarios y tampoco reparando si
estaban en condiciones o no de ser cosechados. Emprendimos el camino de
regreso, Oswaldo recogió las cañas que le habían encargado, Miguelito y yo
traíamos un costal con camotes sobre el hombro y además arrastrábamos un
paquete de plantas de maíz que solíamos picar para que los pavos y gallinas los
coman en la casa. José llevaba el frasco con sus alacranes pegado al pecho y
caminaba tropezando continuamente.
De pronto apareció
un señor de muy mal genio, que con un palo nos amenazaba castigar por haber
malogrado su sembrío. Nos quedamos petrificados, no sabíamos que decir ni que
hacer. Vociferaba una serie de palabras que no podíamos entender muy bien; lo
que si estaba claro es que estaba furioso, continuamente levantaba el arma que
traía en las manos. Le brillaban los ojos y la saliva salpicaba al gritar, su
voz era ronca y enrredada. José tuvo la genial idea de destapar el frasco que
traía y mostrárselo al señor con la intención de asustarlo, pero con tan mala
suerte que éste al tenerlo cerca, volteo el frasco con la vara, cayendo a los
pies de nuestro primo. Los alacranes al verse libres, salieron disparados en
distintas direcciones, muchos al tropezar con los zapatos de José se subieron a
ellos y luego siguieron trepando por las piernas. El muchacho sufrió un ataque
de pavor y gritaba desesperadamente. Ninguno de nosotros atinamos por hacer
algo, continuábamos con nuestra carga sobre nuestros hombros, inmóviles.
Finalmente fue auxiliado por el enfurecido hombre que al ver el estado en que
estaba el muchacho, se compadeció de él y comenzó a sacudir los animalitos que
alarmaban a nuestro primo. Ya libre de su propio castigo, José seguía llorando.
El campesino que inicialmente estaba furiosos o así pretendía hacernos creer
que lo estaba, se compadeció de nosotros y terminó ayudándonos con nuestra
carga hasta muy cerca del pueblo.
Comentarios
Enhorabuena
un abrazo
fus
Me quedo...
Besos mentales.