Entre puentes

Luego de una serie de curvas y un camino que descendía notoriamente, comparado con lo que hasta aquí había sido, donde había cerros pequeños cortados casi a tajo para dar paso a la carretera, nos topamos con un puente que llamó mi atención por tener aspecto llamativamente nuevo, muy reluciente o recién pintado color amarillo, casi naranja. Antes de ingresar a él, el «Rebelde sin causa» se detuvo. Mi tío bajó y desde el lugar que estaba podía ver un río ancho de aguas turbias color marrón que transcurrían lentamente a través de una maraña de arbustos y algunos sembríos entre los que pude distinguir plantas de plátano mayoritariamente.
El sol era fuerte y supuse que era medio día, básicamente porque mi estómago así me lo indicaba. Frente a mí, un letrero indicaba con letras verdes el nombre del lugar «Puente San Alejandro». Junto al letrero un camino asomaba subiendo del río, por donde en poco tiempo aparecieron tres camiones cargados con cascajo. Algunas piedras rodaron de lo alto de la tolva, por lo empinado que resultaba ese tramo y por lo exagerado en que fueron cargados, dos hombres corrían delante indicando los accidentes del terreno al chofer, y que al tomar la carretera por donde nosotros habíamos llegado se subían a la cabina desapareciendo lentamente uno tras otro.
Más a la izquierda, una tranquera impedía el libre acceso a un lugar lleno de máquinas y camiones estacionados, un letrero pequeño indicaba «Campamento San Alejandro», más abajo y con letras gruesas decía «Zachry International». En ese momento se escuchaba el sonido del motor de una de las máquinas en la que un grupo de personas se arremolinaron, todos expresaban alegría, mientras que del lugar salía humo negro primero, para luego convertirse en un vaho blanco poco perceptible por la intensidad de la luz solar. El ruido de la máquina se hizo suave.
Mi tío conversaba animadamente, con un señor mucho mayor que él. Luego me diría que era el capataz del campamento y que en algún momento trabajaron juntos en otro lugar.
Al volver a mirar el puente, noté que algo se movía sobre la carretera. Mirando con más atención, pude distinguir que se trataba de una serpiente, más grande que mis brazos abiertos según mis cálculos. Se deslizaba lentamente, sin ningún apuro y sin ningún temor. Se detuvo al ingresar al puente, brillaba su sedosa piel oscura con los rayos del sol, estuvo quieta un buen rato, sentí miedo y mi piel se erizó. Luego giró la cabeza que siempre la traía erguida y miró hacia donde estaba yo, de su boca salía una legua roja muy fina, sus ojillos pequeños sentí que los clavaba en mi piel y quedé inmóvil. Así estuve hasta que llegó mi tío. Al abrir la puerta del camión, sentí que rompía una especie de encantamiento, levanté la mano y señalé hacia el lugar donde estaba la serpiente. Mi tío encendió el motor del «Rebelde sin causa», lo cual motivo que el animal con un ligero movimiento, desapareciera entre los primeros matorrales junto al puente.
Lentamente reiniciamos la marcha. En el lugar donde vimos a nuestra visitante, mi tío detuvo el camión, lo cual para mí fue aterrador, para él gracioso; pues sonreía a la vez que decía que ya deberá estar muy lejos, almorzando posiblemente.
Cruzando el puente, la carretera giraba hacia la izquierda, justo en ese recodo había un casa que tenía una pizarra que anunciaba la venta de comida, nos detuvimos. Mi tío me invitó a bajar, habían varias casitas dispersas por el lugar, la que estaba junto al restaurante tenía un escudo sobre la puerta y debajo de él decía: «Puesto de control de la Guardia Civil San Alejandro». Un policía se acercó y conversaba con mi tío, cuando una señora gorda que llevaba la cabeza envuelta en un pañuelón se acercó hasta la puerta del camión por donde descendería, con voz zalamera dijo «Miren lo que me encontré» seguida de una larga lista de palabras melosas que lo único que lograron fue asustarme. Trató de cogerme o ayudarme a bajar, instantáneamente retrocedí hasta golpear mi cabeza con el timón y mis rodillas con la palanca de cambios. Al darse cuenta que no la seguiría, optó por retirarse, para volver al momento con una enorme “guaba” en la mano. «Cógela, es tuya» dijo y la dejó en el asiento. «No me tengas miedo, tu papá es mi novio» siguió diciendo a la vez que soltó una sonora carcajada, mostrándome sus encías sin dientes. Al rato mi tío se acercó para decirme una vez más que bajase, cogió la “guaba” y comenzó a comérsela. Al pisar tierra sentí mis pies adormecidos y tenía la impresión de caminar sobre agujas, lo que me causaba dolor. Mi tío me dijo que golpease los zapatos contra el piso y sin mayor comentario me entregó la guaba, indicándome que la guarde para después de almuerzo.
La señora que quería cogerme, ahora se encontraba conversando con mi tío. El sacó unas monedas del bolsillo y entre ambos cargaron una canasta con frutas. Una piña muy grande sobresalía entre las demás, él trepó sobre la carrocería del camión y ella levantó la canasta, la cubrió con el toldo y de un salto estuvo de vuelta en el piso. Ajustó las sogas que amarraban el cobertor y sacudiéndose las manos ingresó al restaurante.
La carretera a partir de aquí cambio bruscamente. Antes era el camino llano y amplio, constantemente encontrábamos tramos cubiertos de asfalto y en otros grupos de obreros trabajaban en ello, pero en general la carretera no tenía huecos, toda era nueva. Ahora estaba llena de baches y cada vez más curvas aparecían frente a nosotros. Algunas ramas de árboles que crecían junto al camino, rozaban el parabrisas y más de una vez llegaron hasta mi, hojas que eran arrancadas al paso del camión. El sol empañaba con su luminosidad, a la vez que el bochorno producía somnolencia y aburrimiento. Me quedé dormido.
La picadura de un mosquito o zancudo en mi rostro me despertó, el calor había disminuido, el «Rebelde sin causa» avanzaba lentamente, saliendo de un bache para caer en otro.
De pronto se pudo divisar una especie de torre gigante frente a nosotros y aún cuando estaba lejos nos enrumbábamos a ella en forma recta. Al ir aproximándonos pude ver que ya no se trataba de una, sino de dos torres que estaban unidas por unos cables muy largos en forma de hamaca. Pregunté qué era eso. Mi tío dijo entonces que, aquí se construyó el puente colgante más largo de Sudamérica, que era una hermosa obra de ingeniería moderna, además que servía para dar paso a la carretera central, ya que éste fue uno de los más grandes obstáculos que se presentó para el paso de vehículos. El río tenía un enorme lecho lleno de piedras, aún cuando por esta época el caudal de agua era poca, aparentemente. Una balsa con varias personas a bordo bajaba a regular velocidad conduciendo dos vacas y varios bultos.
Antes de ingresar al puente colgante, un largo puente con barandas bajas nos transportaba sobre un terreno en el que había chacras y alguna que otra choza. En tiempo de crecida, dijo mi tío, es decir cuando llegan las lluvias, todo este terreno se llena de agua y el río se convierte en un coloso que arrasa con todo.
Ya en medio del puente colgante, el «Rebelde sin causa» disminuyó la velocidad. Claramente sentí que nos balanceábamos ligeramente y sin llegar a detenerse, avanzó a paso de tortuga regalándome un paisaje hermosísimo, donde se combinaba la naturaleza con el trabajo hecho por el hombre. Recordaba que alguna vez mi tío había dicho que estar en este lugar era como si se encontrara en el aire, volando junto a su camión. Ahora la que volaba era mi imaginación haciendo realidad la ilusión de un sueño largamente esperado.
Viajamos todo el día y ya comenzaba a oscurecer cuando mi tío dijo: «En unas horas más llegamos al boquerón, ahí dormiremos por hoy». Sentí miedo y me aleje del parabrisas, recordé algunas de las historias contadas en la tertulia familiar, que se refería a apariciones y desapariciones de una mujer este lugar. Historias por supuesto que cargada de exageraciones irreales pero que en este momento cobraron tremenda dimensión en mi mente de niño. El miedo que sentía era cada vez más grande que comencé a alejarme de la puerta y poco a poco me pegue a mi tío, quien no pudo evitar darse cuenta de mi cambio repentino; le escuchaba preguntar qué pasaba y no le podía contestar, trató de conversar y lo único que consiguió era que me pegase más a él. Ya alarmado por mi actitud y con el fin de cambiar de ambiente, frenó y paró el carro. Se bajó y me pidió que le acompañe. Recuerdo que me dijo que había que estirar las piernas, me asusté con esas palabras, pues recordé que los muertos jalan de las piernas a las personas que no son de su agrado o que las quieren llevar con ellos. Dudando un poco bajé, al ver que se metía bajo el camión, para no quedarme solo en la cabina. Gritó desde allí dándome indicaciones de que orine o “baje de peso” si quisiese, en clara alusión a necesidades corporales propias, dado que durante todo el día solo nos detuvimos para almorzar muy a la ligera, ya que había apuro de avanzar lo más que se pudiese porque según dijo mi tío si llueve en esta zona nos fregamos, porque nos quedamos un par de días aquí.
Salió de abajo del carro sacudiendo su pantalón y trepó a la carrocería para verificar que el toldo que cubría la carga no se hubiera movido, estiró un poco las cuerdas y luego saltó de nuevo a la carretera, cayendo cerca de donde estaba parado; mejoró mi estado de ánimo al verlo haciendo piruetas colgado en un lugar de difícil acceso; por último golpeó cada una de las llantas para verificar su estado y que tuvieran el aire necesario calculándolo todo al oído. Yo me mantuve pegado a él, menos de un paso nos separaba. Hecho esto me pidió que me quedase donde estaba y comenzó a caminar en sentido contrario al que habíamos recorrido, sin entenderlo muy bien me quedé casi paralizado en el lugar que estaba, hasta que un ruido que provenía del motor al enfriarse me hizo pegar un salto y salir corriendo a su lado nuevamente. Este ya incómodo por mi comportamiento y apurado por la necesidad que traía, soltó un una mala palabra pidiéndome que me quede ahí. Así lo hice, me quede ahí junto a él. Ya mortificado y supongo que entendiendo que gritando o renegando no conseguía lo que buscaba, más calmado me pidió que me quedase donde estaba pero que no voltease.
Regresamos al camión. Los grillos, loros y tantos otros animales hacían una bulla tremenda. Atardecía y los últimos rayos de sol llegan tenuemente a donde estábamos, las sombras de la noche comenzaban a cubrir la carretera y ya no se veía muy lejos a pesar que este tramo era recto, me dio la impresión de ser un camino que se perdía en una boca gigantesca que no se veía por dentro por ser oscuro, y sin querer relacioné boca gigante con boquerón entonces creía que el boquerón era eso, una boca gigante que estaba allí en medio del camino y nosotros ingresaríamos allí, volteo para mirar a mi héroe y estaba allí sereno y contento, me trasmitió seguridad y estando con él ya no tenía miedo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La inocencia de un niño será siempre la fuente inagotable de muchas historias. Te felicito por la tuya.
Un abrazo
Cielo

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